Quien
aguarda una línea por detrás, quien cede el paso gustoso aunque
desde primera fila no se percaten. Quien sabe que desde ahí goza
de una visibilidad global. Quien desde el fondo, protege.
Quien
restaura el silencio por no alimentar la ira. Quien espera a que las
aguas se amansen y no centrifuga las huellas del desgarro. Quien,
llegado el momento, tiende una mano a la calma. Quien cede ante la
ignorancia por no desatar un infierno sin sentido. Quien prefiere
avanzar.
Quien
amanece de blanco y se propone ondear el día con su ligereza. Quien
esquiva espinas con buenas palabras. Quien no presume, ni se crece,
ennegreciendo al resto. Quien permite el crecimiento de los demás
asumiendo el riesgo a ser ignorado o despreciado por quiénes
siembran tormentas. Quien se mantiene fiel a sí mismo, sabiendo que
con su simple existencia ya hace la diferencia.
Quien
respeta los turnos. Quien escucha sin organizar su respuesta. Quien
valora el presente. Quien conversa. Quien sostiene la mirada.
Quien
no se escuda en la mentira, en las excusas, quien acepta la
imperfección: la suya.
Quien
pide disculpas. Quien no se jacta de tomar atajos. Quien ofrece su
mejor sonrisa a un extraño. Quien camina con paraguas bajo la
lluvia, cediendo los balcones a quien no lleva sombrero.
Quien
no manipula. Quien no pone zancadillas. Quien celebra el éxito
ajeno. Quien sacude sus pies antes de entrar.
Quien
respira a pleno pulmón. Quien aprecia los colores. Quien no arroja
su prisa contra el cristal. Quien atiende al llanto de un niño, o
un adulto, o una flor. Quien abraza la diversidad. Quien se acoge
al orden natural de las cosas.
Quien
ofrece sin ganar, desterrando el concepto de trueque que nos asola.
Quien comparte sus conocimientos sin sentirse agredido o robado.
Quien no hace un negocio de la relación humana.
Quien
corrige constructivamente. Quien educa con pasión. Quien escoge
una y mil veces colaborar. Quien construye.
Quien
se conmueve con el arte. Quien fabrica aviones de papel. Quien
baila. Quien sabe que un sí es un no con acuarelas, y viceversa.
Quien mueve el pincel y retoca, amable, este mundo.
Quien
cree en el cambio, en el origen, en la bondad por encima del egoísmo.
Quien no teme salirse del tiesto, quien cruje hasta sus propias
raíces. Quien aprecia el desequilibrio y lo integra. Quien se sabe
juzgado por cada uno de estos gestos y se sacude el recelo para
acostarse de nuevo en el blanco.
Personas
que apuestan por convivir, por cohabitar. No por educación ni
civismo, sino por autenticidad. Personas que conociendo sus
privilegios y derechos, eligen compartir, eligen la calidad humana,
escogen acercarse a desconfiar, sin asumirlo como un riesgo.
A
menudo, estos individuos sutiles, pasan desapercibidos, quedan
ocultos tras el brillo artificial de quiénes se visten de neón, de
quiénes quedan atrapados en el guión de su propia existencia. Pero
en sus manos, en su consciencia, reside el último recodo de
esperanza en esta sociedad medio podrida medio enferma.
Ellos
cultivan y preservan la honestidad que nos sostiene.