Las madres tenemos el impulso de proteger a nuestra cría a toda costa. Lo afirmo porque me cuesta creer que, en mayor o menor medida, no sea así. Será que nos sale el instinto. Cuando le ocurre algo a ella y puedo palpar realmente la fragilidad de su cuerpo diminuto y tierno, me remuevo entera. Da igual que la afección sea tan leve como un rasguño, porque de algún modo me queda la sensación de haberlo podido evitar y desearía estar en su lugar. Aunque no hay que dramatizar y comprendo también que las pequeñas heridas de guerra forman parte de su proceso de aprendizaje.
Cuando decidimos por nuestra hija no importa que lo haga con toda la convicción y el amor del mundo porque si, finalmente, no resulta la mejor opción, me siento en deuda con ella. Hay cosas que llegan de golpe pero si algo se deja entrever y se me escapa algún hilo, me invade la desazón por la falta de confianza en mí misma. Sí, tal vez me lo esté ganando a pulso y me va a costar desprenderme de esta fama de madre sobreprotectora que me estoy forjando pero esto, precisamente, hace que los demás le quiten hierro al asunto diga lo que diga. Y de esto os quería hablar.
Hace unos días me pareció que algo le ocurría a la Cereza, era casi inapreciable pero lo noté. Dado que la niña estaba fresca y sonriente como siempre y que otros puntos de vista apuntaban más bien a querer romper mi locura de burbuja protectora, decidí vigilar cómo evolucionaba la cosa. Parece de lo más lógico, la opción de sentido común. Mala pata, elegí blanco y ha resultado gris claro. Algo estaba comenzando, nada grave ni alarmante, esas cosas suelen cantar mucho más, pero me queda esta sensación agridulce de no haber seguido mi instinto. La cosa no hubiera cambiado mucho para ella porque es lo típico de “regresad si empeora” pero sí para mi condición de madre cuidadora hacia ella. Y hacia mí por no escucharme. Ahora esta especie de culpabilidad constructiva (que la cosa tampoco es para machacarse) me recuerda lo importante y lo bello que es considerar nuestros impulsos en la atención hacia nuestros hijos. Estamos aprendiendo, nos digo, y este es un pasito más para reafirmarme el camino que me gusta seguir.
Tienes razón, creo que es bueno escuchar a nuestro instinto. Jose es medico y sin embargo siempre he sido la primera en darme cuenta cuandolangordi se estaba poniendo pachucha o cuando le estaba saliendo una erupción... Un besazo fuerte, no te machaques y piensa que esa capacidad de sentir es una maravilla.
ResponderEliminarYo creo que es inherente a la condición de madre el sentirnos preocupadas por el bienestar de nuestros pequeños. A mí también me ha pasado lo que cuentas, intuir que algo no marcha bien, pero pensar que ya estaba paranoica y luego que el tiempo confirmara que tenia razón. Y es bonito saber que tenemos esa conexión especial con nuestros hijos, como recuerdo de ese tiempo en que fuimos uno solo...
ResponderEliminarNuestra misión es cuidar de ell@s y nuestro instinto para ello es fundamental. No somos perfectas, la inseguridad también nos puede jugar malas pasadas, pero es una forma de aprender a confiar más en nosotras.
ResponderEliminarNo te sientas mal. Hay cosas que es cierto que las madres sabemos por instinto, las intuimos, no sé....pero yo a veces me paso un poco, exagero porque todo lo que tiene que ver con ellos me preocupa mucho...y claro, eso hace que a veces dude de mi instinto. A veces como todos nos equivocamos, rn un sentido o en el contrario.
ResponderEliminarGracias a todas, sois un amor. No me machaco por el tema, no es nada grave y aunque la sensación esa de no haber actuado antes se presente, me quedo con la fuerza de que mi instinto me hiciese saber que algo había antes de que fuese realmente palpable. Veo que no soy la única sobreprotectora con fama de paranoica... qué le vamos a hacer y como bien decís, cuando se trata de ellos lo sentimos así y es hermoso también. Gracias de nuevo!
ResponderEliminarHola, te leía y me veía... creo que es inevitable acompaña el papel de madre sopesar todas las cosas. Yo a veces me decepciono conmigo misma pues veo que no les ofrezco lo que me gustaría ofrecer. No ya en el sentido de los peligros, golpes o ese tipo de situaciones, si no la actitud en la crianza, cuantas veces chillo o regaño por cosas que en realidad carecen de tal importancia.
ResponderEliminarGracias por tu reflexión y un saludo.
Magda, qué razón tienes!! Es cierto que, a veces, podemos reaccionar de manera que de habernos dado dos segundos más hubiese sido bien distinta. Creo que es valiente reconocerlo y que lo importante es, al menos, ser conscientes de ello para poder aprender, sin ser duras con nosotras mismas. Gracias por tu reflexión y bienvenida!
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