Uno de los primeros regalos que se suele recibir al tener un hijo,
incluso durante el embarazo, es el chupete. Muchas veces se hace por simpatía,
un guiño cariñoso a los futuros papás como gesto de bienvenida. Éste y otros
muchos detalles hacen que resulte innegable que parece haberse convertido en la
representación universal del bebé, más o menos acertada según cada cual.
En nuestro caso nos hicimos con tres, uno de ellos procedente de las
cestas regalo que los centros de salud ofrecen a las embarazadas durante las
clases de preparación al parto. Tres hermosos chupetes, con tres tamaños y
colores distintos. Chupetes que permanecen intactos en sus envoltorios de
ositos sonrientes. No les hemos dado uso, al igual que los biberones, el
esterilizador, la cuna y un largo etc. Pero en el caso concreto del chupete desearía
compartir mi impresión y experiencia, en ningún caso mi intención es criticar
su uso, entiendo que puede resultar práctico y que es una opción como otras
tantas en la crianza de los hijos.
La idea de que los bebés adoran el chupete va directamente relacionada
con el hecho de succionar. Hacerlo les relaja, serena e incluso adormece. Pero
este reflejo se puede entender y satisfacer de diferentes maneras. Bajo mi
punto de vista el bebé lo que precisa es succionar el pecho de su madre, aunque
no lo haga con la intención de extraer alimento de él. Es un mamar suave,
rítmico, de contacto, de placer, de calor, de ligero saborcito a leche de mamá.
Estoy convencida de que esto es beneficioso para ambos, que favorece al vínculo
y que fortalece sentimientos de protección, seguridad y amor. Al menos yo lo
percibo y siento así.
Desde el principio me gustó pensar que obtiene este contacto casi
continúo y esto supone permanecer cerca, unidas en realidad, la mayor parte del
día (y de la noche), durante mucho tiempo. El uso del fular y el colecho lo
facilitan muchísimo pero también es cierto que, en otras muchas ocasiones, no
hay más secreto que abandonarme a ese instante, dedicarme a él. Tras 22 meses
hemos pasado de parecer un solo ser a que busque mis pechos, más allá del
alimento, con menos frecuencia. Aunque aún se cobija a menudo para olerme,
acariciarme y mamar mientras sostiene mi mirada y observa de reojo lo que está
aconteciendo, o bien para abandonarse así al sueño. La verdad es que, de pura
naturalidad, no recuerdo el momento en estos contactos fueron evolucionando
hasta espaciarse.
En cualquier caso, usar o no el chupete no es más que otra cuestión de elecciones, de circunstancias e ideas. Otro de esos aspectos que van ligados
a la crianza y, por supuesto, cada cual es libre de interpretar o entender este
hecho como desee, sin necesidad de ponernos etiquetas unos a otros con las que
cargar. No pienso que una madre no aporte contacto a su hijo/a por hacer uso de
él o por no optar por la lactancia materna, no pretendo juzgar al respecto como a veces se acusa frente a esta postura.
Pero tampoco me siento cómoda cuando se nos señala, especialmente cuando ya no es
tan bebé, al ofrecer nuestros pechos cuando lo que desean no es comer. Porque no
entiendo que lo haga por capricho, por vicio o por tenerme de chupete
(paradójico sin duda esto último, ¿no debería ser al revés?) sino por placer,
porque es dulce y agradable sentirse abrazada y abrigada por tu madre, porque a
ambas nos gusta esa toma de contacto, nos conecta y nos sabe a una pendiente
del otra. Imagino que habrá estudios al respecto aunque no los he leído y
desconozco sus conclusiones a favor o en contra. Hablo desde mi impresión y sé
que no soy la única, puesto que he podido intercambiar experiencias y disfrutar
con otras reflexiones en la misma sintonía.
Sencillamente, no hemos usado el chupete porque permaneciendo todo el
día unidas lo encontraba innecesario cuando podía ofrecerle mi pecho, depositando
confianza en nuestra Naturaleza mamífera cuya evolución no ha dejado atrás este
reflejo tan fuerte de succión. Reflejo que supongo no sólo necesario para su
desarrollo físico o para favorecer la lactancia, sino que entiendo relacionado con una gran función emocional
de contacto, de sostén y de presencia que considero hermoso y placentero
satisfacer con mis pechos. Pero ésta es mi experiencia, mi visión y la vivencia
que compartimos la linda Cereza y yo, no quiere decir que sea una verdad
absoluta ni que, repito, el uso del chupete no lleve consigo contacto o afecto,
tan sólo trato de expresar que cuando se ofrece el pecho el contacto ya va
implícito. Me siento en armonía al hacerlo de este modo, aunque suponga
renunciar a menudo al ritmo impuesto por las prisas, las tareas pendientes, el
tiempo libre, los relojes y las fechas.
Sin embargo, sea cual sea nuestra opción, ofrezcamos lo que ofrezcamos, hay
un aspecto común que me incomoda especialmente. Es el hecho de opinar
gratuitamente acerca de este asunto, sobre todo cuando los bebés no son tan
pequeños ya y se hace en su presencia. Bien sea porque se encuentre asido al
pecho de su madre, bien porque disfrute del chupete. Me molesta que se manipulen
esas situaciones para ridiculizar a los niños, a veces incluso dirigiéndose
directamente a ellos, para hacerles sentir culpables e inmaduros o para mostrar
a una madre esclava de la situación cuando se trata del pecho. Por favor,
dejemos que las cosas fluyan con tranquilidad, con naturalidad, opinemos con
tacto y preguntemos con respeto si algo nos choca, pero no tratemos a los niños
como seres sin capacidad de comprensión ni asimilación, ni dejemos de perder de
vista que, aunque a veces suceda en público, es un momento íntimo sujeto a una
decisión personal. Seamos comprensivos aunque seamos diferentes, tan sólo será
una cuestión de tiempo… dejemos que transcurra, dejemos que crezcan.