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miércoles, 6 de julio de 2011

Impresiones de guardería

Desde que nació la Cereza estamos juntas, día y noche. Al finalizar las escasas semanas de baja me sentí incapaz de reincorporarme. Tras 16 meses, continúo estirando al máximo la situación, pasa el tiempo y la sigo viendo demasiado pequeña aún. Cierto que se está convirtiendo en una niña poco a poco y, al ir ganando algo de autonomía, puede hacer pensar que la cosa no es para tanto. Para mí es un mundo.

En breve tendré que concentrarme seriamente en la búsqueda de empleo y será cuestión de tiempo que nos cambie el ritmo. De modo que estamos comenzando a barajar posibilidades de cara al momento. Hemos visitado varios sitios, algunos muy diferentes y creo que necesito comentar la impresión general. No me gustaría que se malinterpretaran mis palabras y deseo expresar, desde ya, que no tengo nada en contra de las guarderías, son una opción válida y respetable sea cual sea el motivo y entiendo que, en muchos casos, la única.

Tomando de referencia la última visita, diré que el lugar y las instalaciones estaban bien, pero la sensación que me ha quedado tras la conversación con la cuidadora y propietaria del centro me tiene reflexionando desde entonces. En todo momento quiso destacar que el principal objetivo era desarrollar la autonomía en los niños, hasta ahí bien y según los métodos claro. Sin embargo, lo más importante a sus ojos y absolutamente necesario, es que exista esa separación entre el niño y la madre antes de ir al colegio, para que así, el niño entienda que es uno más y no el centro del mundo y se eviten serios problemas que podrían dejar secuelas en un futuro.

Francamente, aunque comprendo y respeto que algunas mujeres lo vivan así,  yo no siento, en absoluto, la necesidad de romper el vínculo aún y no encuentro otro motivo que el tener que seguir este ritmo de vida loco que no respeta ni los ciclos vitales. Aún no estoy preparada para estar lejos de ella ni siquiera media jornada y estoy convencida que si le preguntasen a ella, tampoco accedería. Por otro lado, no alcanzo a comprender qué tipo de normas son tan importantes para una niña a esta edad, ni tan siquiera un poco más adelante, salvo que atenten a su seguridad, a la de los demás o al bienestar general. No veo el sentido de enseñar a obedecer porque sí. Probablemente esté algo asilvestrada, como suelen decirme, pero no acabo de verle la urgencia y, si me apuras, ni siquiera una utilidad realmente sana.

Este momento, que hasta ahora era impensable, se va definiendo cada vez más, sin remedio (salvo que toque la Primi) y comienzo a sentirme como si la fuese a traicionar, como si le estuviese atando con suaves lazos sus alitas preciosas y delicadas. No me convencen esos argumentos a precio de oro y aunque sé que también aportará cosas positivas, no soy capaz de desprenderme de esta sensación de ir contra natura que sólo me pide aferrarme a ella hasta que estemos preparadas.

Creo que en estos momentos agradecería un poco más de empatía, algunas palabras realmente honestas. Captar, siquiera un poco, que entienden que esto es duro para nosotros, que entienden este dolor tan visceral y mis preocupaciones, que su objetivo es hacerla sentir bien y que se sienta querida y respetada formando parte de un grupo.

Definitivamente creo que, de momento, no estoy preparada para lidiar con el nuevo horizonte que se nos abre.