Cuando llegue mi propio atardecer creo saber dónde desearía
que me alcanzara. Aunque sea un lugar desconocido aún, aunque pudiera resultar
poco hermoso o acogedor para algunos. Aunque, en muchas ocasiones, no encuentre
cabida la elección.
No escogemos donde nacer, tal vez podamos influir en el cómo
o el cuándo, pues deseo pensar que si todo sigue su curso somos nosotros los
que decimos abandonar el vientre cálido de nuestra madre. Y su cuerpo sabio,
que ya lo intuye, se prepara para ello, haciendo el camino de la mano, danzando
al mismo son. Pero elegir el lugar no creo que resulte tan fácil, tal vez
podamos transmitir sensaciones, tal vez éstas sean tan sutiles que la madre las
interprete como propias o bien nos las atribuya a nosotros sin ser del todo cierto…
es tan delicada y estrecha la comunicación en esos instantes, durante la
gestación, que a veces me gusta fantasear
con cuánto hay de cada cual en los movimientos, las decisiones, las
impresiones... aunque emplee la imaginación en exceso.
Hoy me sitúo al final del trayecto, cuando éste ha sido un
fluir largo y constante, más o menos tranquilo y nos encontramos en el delicado
umbral antes de marchar. Es probable que para entonces nos podamos sentir
dependientes de nuevo, la extraña regresión de la vida, en la que retornamos al
sostén, ahora en brazos de aquellos a quienes sostuvimos, si la vida y el amor
nos acompañan, por supuesto. Es probable que tal vez no nos encontremos, o así pueda
parecer, capacitados para discernir o decidir con claridad y firmeza… o
simplemente se trate de reinventar las señales. Es probable que nuestro ritmo
natural quede relegado ante la posibilidad de continuar un poco más: la delgada
línea a la que agarrarse, esa a la que llamamos Esperanza, así, en mayúsculas.
Porque con ella se queda o se marcha todo lo que simboliza una vida junto a
alguien, gracias a alguien.
Pero, a veces, esto supone vivir día tras día en lugares
fríos, al son de ritmos ajenos, lejos de tu luz, de tus objetos, tus manías,
tus sábanas, los olores cotidianos, el crujir de tus ventanas y los dibujos de
tus baldosas. Debe surcar tu cuerpo un velero de sensaciones que sólo a ti te
pertenecen, que han marcado tu carácter, que son tan parte de ti como tú de
ellas. Deben regresar aromas, sabores, caricias, rostros y situaciones que
brotan de cada rincón de tu mente marchita para hacerte saber que siempre
estuvieron ahí, formando parte de tu todo... Quizá también emplee la imaginación en exceso,
pero me cuesta imaginarlo de otro modo.
Si pudiese elegir, si pudiera borrar la línea mágica que es
la Esperanza, creo que elegiría aguardar mi último atardecer en mi hogar. En mi
cama, mi sofá, mi sillón, mi jardín o cualquier otro lugar que adorase. Acompañada
por mis seres queridos, tal vez acariciada, tal vez en soledad o tal vez contemplada
desde el amor, sin compasión, sin pensar que me rendí. Si pudiera elegir
preferiría esperar mi otoño sin luces que cegaran, sin murmullos o palabras tal
vez no deseadas entonces, aun cuando ciertas ayudas vinieran conmigo. Poder
volar sin que quede inmediatamente registrada la hora del éxitus en un informe
y mis pertenencias en una bolsa oscura que aquellos que me amen recojan.
Quizá sea egoísta o suponga tirar la toalla, quizá llegado el momento no fuera capaz, me turbaran mis miedos, la ilusión de ver sonreír a un nuevo biznieto o
simplemente me abstrajera para no dañar a quien me acompañase y deseara parar el
reloj del tiempo. Quién sabe.
Nos hemos acostumbrado a que al nacer, a menudo innecesariamente,
nos alejen de los brazos maternos de bienvenida sin consultar. Nos hemos
acostumbrado a decir adiós de una manera condicionada e impersonal en muchas
ocasiones. El principio y el fin llevan consigo
un componente emocional y ancestral que merece un respeto y cada cual debiera
poder gozar de al menos unos instantes para transitarlos a su medida. Siendo como somos seres únicos.
Hoy, aun sabiendo que es un tema controvertido y delicado,
viajo con el pensamiento a un lugar que tal vez aún no conozca y sueño con un
futuro que de puro incierto nada puede asegurar. Sólo deseo que si mi último
atardecer me alcance con avanzada edad, en paz, amando y sabiéndome amada,
ganando y otorgando un perdón más, serena, acompañada, pudiendo escoger regresar allá donde entonces
considere mi hogar, donde tanto di de
mí.