Ésta es una historia de lactancia. Una historia de confianza
y desconfianza. Una historia de
seguridad en una misma. Pero ante todo, una historia de voluntad.
Ésta es la historia de una mujer que se encontró ante dos
caminos, dos opciones, dos salidas para una situación. Una mujer que se
informó, que no dudó y optó, escuchándose a sí misma, de manera consecuente.
Una mujer que continúa amamantando, a su manera, a la manera de ambas y lo hace
con una gran sonrisa de satisfacción en sus labios.
Ésta es mi historia.
Quién me conozca sabrá que para mí
la lactancia materna es importe y que a estas alturas se ha convertido en un
aspecto más de nuestro estilo de vida. Hay multitud de razones por las que la
defiendo pero, entre las principales, se encuentra el dejar que fluyan los ritmos
vitales lo más libremente que podamos. Si ella quiere mamar y yo deseo
amamantarla no encuentro mayor problema, la verdad.
Sin haberme planteado cambiar esto
me encontré ante una situación delicada. Un nódulo nadaba en mi pecho y, tras
varios controles, se aconsejaba extirparlo. La respuesta del radiólogo no albergaba
la menor duda, si no deseaba demorar la intervención había que destetar.
Salí de la consulta con un nudo en
el estómago y la extraña sensación de que no todo estaba dicho. Durante los
días previos a la próxima cita me informé, contacté con asesoras de lactancia,
me dejé mimar por las palabras de mujeres queridas. Me mecí. Y una vez infundada
de ese valor femenino que me dictaba no abandonar comprendí que, en realidad,
la solución estaba y estuvo en mis manos.
Al acudir al cirujano le expuse mi
voluntad de continuar amamantando y mi preocupación porque esto supusiera un
impedimento o un retraso para abordar el nódulo. Me sorprendió su serenidad: ni
un solo comentario, ni un gesto que cuestionase mi elección, ni siquiera al
conocer la edad de mi hija. Agradezco desde aquí su objetividad, puesto que se
limitó a estudiar la manera de hacerlo sin tocar los conductos lácteos. Él
parecía seguro y sereno y yo salí aliviada y reafirmada de la consulta.
Pero las dudas me alcanzaron en la
espera, me flaqueaba la confianza. Y tuve que se honesta conmigo misma y
admitir la decisión que mi interior ya había tomado, puesto que brotaba de mis
entrañas, algo se me removía por dentro al amamantar a mi hija con ese
pecho. De este modo, poco a poco, fuimos
conduciendo al destete de ese lado. Sin prisas, las tomas en él se fueron
espaciando, espaciando mucho más porque siempre había preferido ella el otro.
Yo me sentía así más relajada, más capaz de afrontar la situación y nos
permitía a la vez continuar disfrutando de nuestros instantes, de nuestra
lactancia.
Llegó el día y todo pasó. Y puedo
garantizar que estar amamantando no supuso ningún problema, ninguno en
absoluto. Comprendí que todo así estaba bien y me sentí satisfecha con la
decisión de destetar de esa mama, puesto que no hubiera podido imaginar la
succión en muchos días después, ni la extracción, ni tan siquiera el roce. Aún
ahora, mes y medio después, me incomoda pensarlo, aún no ha vuelto todo a su
lugar, mi cuerpo sigue trabajando en reubicarse, fabricando nuevos tejidos y
acunando lo ocurrido.
Me siento feliz, muy feliz por
cómo he actuado. Las dos lo estamos. Nos hemos adaptado y entre nosotras ha
sido tan fácil y natural el cambio que no dejo de maravillarme de esa conexión
que va más allá de las explicaciones. Es una conexión que sólo entiende de
hechos, necesidades, contacto y amor.
Amor incondicional, corporal,
perenne.
Deseo agradecer de corazón el
apoyo recibido por algunas mujeres: Myriam Moya, Alba Padrò e Ileana Medina. A mi
círculo de mujeres: Carol, Carol, Marta, Cata, Orquídea y Mousikh. Y, por
supuesto, a mi pareja y a mi madre.
Gracias inmensas