Cuando las caricias afloran se sucede todo un cúmulo de
sensaciones que nos transforman. Creo en la importancia de este hecho, de las
caricias, para siempre, en todas las etapas de nuestra vida.
Las encuentro imprescindibles en nuestra más tierna infancia,
cuando nuestra principal manera de relacionarnos y nuestras primeras
experiencias se concentran en lo sensorial y, por extensión, en lo emocional.
Acariciar a un hijo/a debe de ser un impulso innato, la
necesidad de arroparle con nuestro cuerpo, de regocijarnos en el contacto piel
con piel, de sabernos ambos así en el lugar adecuado.
Sin embargo, con el tiempo, a veces no hace falta correr
mucho en los años, esas caricias se van espaciando. Algo lógico, por otra
parte. Y aparecen otras nuevas y diferentes, cuando los mimos y las muestras de
cariño no se coartan aún, y nos permitimos cubrir nuestra necesidad afectuosa,
entregando y recibiendo, entre hermanos, familiares y amigos.
Poco a poco se irá despertando nuestra sexualidad, y se
abrirán paso las caricias más sensuales, las deseadas, las abrasivas, las que
nos ruborizan. Explosionando a la vez deseo,
amor, pasión y protección.
Y así, generalmente y casi sin darnos cuenta, vamos
reduciendo ese círculo hasta que acabamos concentrando todas esas diferentes caricias,
que no son más que diferentes manifestaciones de nosotras mismas, y que antes
se repartían de manera espontánea sin dosificar, en tan sólo una persona. Hasta
que se amplía la familia permitiendo de nuevo la expansión del círculo en
diferentes direcciones.
Últimamente me planteo seriamente que no es suficiente. Que
nos vemos condicionados por ciertas pautas y nos autolimitamos en nuestras
muestras de afecto. No hablo de hacer y deshacer a nuestro antojo sin tener en
consideración los deseos ajenos, sino de la responsabilidad que dejamos recaer
en aquellas personas que nos acompañan en el día a día para ayudarnos a cubrir
nuestras propias carencias afectivas, a las cuales ponemos freno a su vez.
Tal vez sería más sano no reprimirnos ante las ganas de
mimar a una amiga o amigo, despojarnos de toda una serie de connotaciones que
atribuimos injustamente a algunas de estas muestras de amor. Un amor sano y
sanador, delicado y preciado, en cualquier caso.
Tal vez este hueco por llenar sea un motivo más por el que
cada vez nacen más círculos de mujeres, en los cuales se acaban desmarañando
los sentimientos y, de manera natural, muchas sesiones desembocan en contacto
físico, contenedor, horizontal y sincero. Deseo pensar que cuando logramos
reconectarnos con nuestro sentir, sin barreras, vergüenza, culpabilidad ni
tapujos, regresamos a la entrega y recogida del valor más primario: el calor
humano, la piel, la puerta a otro sentir.
No acabo de comprender por qué se ridiculiza o cuestiona
cualquier manifestación de cariño explícito, fuera de lo socialmente admitido.
Y estoy pensando en cosas tan sencillas como tomarse de la mano y acariciarse,
que fuera del compromiso, a los niños, familiares cercanos o a lo sumo entre
mujeres, y puntualmente, no vayamos a hacerlo a menudo… comienza a considerarse
fuera de lugar. No digamos entre hombres.
Tal vez con esta afluencias de nuevas re-evoluciones que
surcan nuestro mundo, se acabe gestando también la liberación de las emociones
y la materialización de éstas mediante nuestro cuerpo, desde las más primarias
y viscerales, no sólo en su variante maternal. Sino en toda su expresión, sea
cual sea su carácter… no sé qué tememos ver o aceptar… pero esta contención,
cerclaje y limitación nos obliga a cargar con un peso innecesario. Deberíamos
concentrarnos en saber percibir la naturaleza e intención de manera abierta y
natural, poder elegir, poder entregar y no malgastar energía en camuflar,
persuadir y penalizar.
Tal vez lo inteligente sería liberar a los demás de la
obligación de entregarnos el cariño que no somos capaces de manifestar,
solicitar o recibir abiertamente, en público o privado según nos sintamos más
cómodos… o de lo contrario, corremos el riesgo de acabar siendo esclavos de
nuestras propias frustraciones y carencias. Y esto es una reflexión en voz alta, puesto que yo misma me reprimo en ocasiones y, en otras, reclamo sin equidad.
Imagen de autor/ra desconocido/a |
Has dado con mi talón de Aquiles, lo bueno es que soy consciente, pero sigue siendo duro comprobar como me reprimo y con cuanta sed necesito abrazos por ejemplo.
ResponderEliminarExcelente reflexión y encomiable objetivo, vivir la piel con más sinceridad y de forma natural.
Un fuerte abrazo linda!
Has dado con mi talón de Aquiles, lo bueno es que soy consciente, pero sigue siendo duro comprobar como me reprimo y con cuanta sed necesito abrazos por ejemplo.
ResponderEliminarExcelente reflexión y encomiable objetivo, vivir la piel con más sinceridad y de forma natural.
Un fuerte abrazo linda!
Maravillosa, como siempre. Un lenguaje tan universal como el de las caricias y qué poquito lo hablamos por desgracia...
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo soy muy mimosa (herencia por parte de madre) y trato de mantener contacto físico con mi gente querida...A veces cuesta un poco, pero cuando te dejas llevar es tan gratificante...
ResponderEliminarBesos preciosa!
has tocado un tema muy interesante, yo procuro darlas y me doy cuenta que contra más doy más llego a recibir, aunque en esta sociedad sean aún tan escasas. un abrazo virtual para ti.
ResponderEliminarQué bonita entrada.
ResponderEliminarAcabo de descubrir tu blog y me encanta como escribes. Con tu permiso me quedo por aquí.
Un abrazo
Muy buenoooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!
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