Comenzó temprano a llamar al cuerpo, que sabio y constante, emprendió poco a poco el camino. Tras un embarazo en el que me paralicé por el miedo, ansiaba recobrar la calma y conexión para poder recibirla.
Habían sido unos meses intensos marcados por la enfermedad, la incertidumbre y la indecisión. Francamente, tenía ganas de llegar ya al final. Por eso no me sorprendían las contracciones semanas antes. Avanzábamos, nos frenábamos. Estuvimos jugando con el momento de abrazarnos.
Me recuerdo inquieta. Agitada por mi salud, acariciando mi
vientre en un gesto de protegerte. Me recuerdo en lágrimas, cansada. Cargando
con la preocupación de tu bienestar a pesar de lo acontecido. Me recuerdo
encerrada, impaciente al final. Deseando verte y poder cerrar esa etapa tan
delicada.
Me recuerdo buscando mi centro. Aquel punto de equilibrio que te
amansa. Me recuerdo en
largos paseos, música andante, mirar el mar, los acantilados y meter mis pies
en el agua, aún fría, de mayo. Nunca olvidaré aquel día en que ya sangrante
paseé hasta la orilla del mar y allí, sin haberlo planeado, bajé entre las
rocas hasta sentarme en una de ellas. Me descalcé y sumergí mis pies en el mar.
Aquella mañana me serené, al fin, sabiendo que si de verdad así lo sentía se
abriría ante mí la posibilidad de tener el parto que deseaba y que una vez
aceptara las circunstancias podría dejarme ir en paz conmigo misma a su
encuentro
Me recuerdo desnuda. Bailando. Soltando las caderas. Recuperando
una canción que de pronto regreso a mí, a nosotras y que acogí como se recibe
lo que una espera. Era evidente que necesitaba soltar, soltar, soltar. Soltar
los miedos, soltar la culpabilidad, soltar el timón. En definitiva.
Y así fue como abracé la certeza de su llegada. Las
contracciones iban y venían. Suaves. Fuertes. Me fui a dormir y descansé.
Pasó
o no pasó el día señalado, no podremos saberlo y tampoco nos preocupó entonces. Me levanté temprano para llevar a B. al colegio. Y al
despertarla le susurré que su hermana iba a llegar hoy. Iba preparándola y se
me escapaba una sonrisa entre contracciones. “Cariño, no estoy para conducir.
Ven a por la niña y avisa que no vuelves al trabajo”.
Me recuerdo tumbada, en mi deseo de soledad, acogiendo las
oleadas con intimidad. De un lado, de otro. Serena. Contando. Una, dos, tres.
Aún espaciadas. Acariciando mi vientre en una despedida. “Jose, sube, quédate a mi lado”. Una ducha, un zumo, un puñadito
de almendras. Un masaje entre giro y giro. Dejo vibrar mi voz con las oleadas,
eso me relaja y suaviza la intensidad. En una gran ola siento calor entre mis
piernas. Creí haber roto aguas pero no. Era cálida sangre lo que corría. A
pesar de ser irregulares partimos hacia el hospital. "Un momento, debo llevar un
trozo de confianza conmigo" y agarro una pulsera confeccionada con mimo y amor
gracias a mis comadres. Nuestro amuleto.
Siempre afirmaré que el traslado al hospital supone un gran
trastorno para la mujer que va a parir. Si vas demasiado pronto te mandan de
vuelta a casa, si vas a la mitad tienes más probabilidades de que se interfiera
y si vas bastante avanzada, francamente, no estás para ese trámite.
Me recuerdo bajando del coche y caminando sin esperar a Jose.
Mayo. Ibiza. Centro de la ciudad a plena luz del día. Llego. Hay que esperar a
que venga la matrona. Me mantengo en pie y me dejo colgar en el hombro de Jose
con cada contracción.
Por fin pasamos. En espera otro rato. Comienzo a impacientarme.
La intensidad es fuerte pero siento que J. se mueve y eso me calma. Llega la
matrona, nos presentamos. Me dice: "tranquila, ya sé quién eres y lo que
deseas. No hay ningún problema". Sonrío y caminamos juntas hasta
paritorio.
Me cambio. Me reconforta encontrarme de nuevo en un lugar oscuro
y protegido. Sin ruidos, sin gente. Sólo ella y yo, mientras Jose se
preparaba. Balo con las contrataciones, ella me anima. Los monitores confirman
que J. está bien y me relajo completamente.
Me pregunta si no me importa que haga un tacto suave de reconocimiento, que
si yo lo deseo será el último. Sonrío y acepto. Antes de proceder me pregunta
por la bolsa. “Creo que está íntegra, diría que sólo arrojo sangre”. Ella
tiene sus dudas. Me pregunta qué deseo hacer y le digo que no quiero que lo
compruebe, no deseo que se rompa la bolsa. El tacto confirma que la cabeza ya
está ahí, lo cual no me sorprende en absoluto.
Me anuncia que cuando sienta ganas de empujar lo comunique.
Continúo serena. mi hombre ya a mi lado. Entra la enfermera que también nos va
asistir, reconozco su cara. Nos sonreímos en silencio. Siento gran presión en
la vejiga, aviso de que vamos al final.
Me incorporo ligeramente. Él me sujeta. Se adapta la camilla
haciendo descender ligeramente la parte de los pies y aprovecho para
colocar el pubis en el filo y apoyar la planta de los pies con firmeza,
adoptando una posición de cuclillas. Un pujo. Me pide que contenga para
proteger mi periné. Siento la fuerza arrolladora abriéndose paso y con la
cabeza indico que no puedo contenerla. A pesar de la postura no tengo
visibilidad. La matrona me confirma que tenía razón, venía en su bolsa.
Al abrirla las aguas estaban ligeramente teñidas, un instante
delicado de transición y en seguida su llanto y su cuerpo sobre mí. Desnudas
una junto a la otra. Sus ojos grises. Su tacto delicado. Permanecimos largo
rato así, acurrucadas piel con piel. Ella mamando, ¡qué sabia J. desde el
primer minuto, qué instinto de supervivencia! Su padre a nuestro lado.
Asombrado, feliz, dando aliento y protección.
Su reconocimiento no fue inmediato. Expulsé la placenta con ella
sobre mi cuerpo. Placenta que guardamos y trajimos a casa con nosotras.
Placenta que sustentó su vida en mi interior. Órgano canalizador al que tanto
agradecemos.
Me recuerdo enamorada. Relajada tras la tensión. Feliz de que
estuviese bien. Feliz de que hubiera fluido sin intervenciones. Feliz de un
segundo parto natural, intenso, puro. Orgullosa de ella, por su fuerza, su
aguante, la estancia en mi vientre tan distinta a lo que yo hubiera deseado. Le
debía una llegada al mundo en paz conmigo, en paz con el personal sanitario, en
paz con la vida. Le debía unas horas serenas para reconocernos, para susurrarle
cara a cara mis miedos pasados y disculparme sosteniendo su mirada. Le debía un
manto de besos y arrullos. Y todo eso y mucho más, se lo entregué en tranquilidad y soledad. Tan sólo acompañadas por su padre a escasos metros de
distancia. Fue un inicio hermoso y sanador. Pero ante todo fue un inicio justo.
Mi dulce J. que llegó con su serenidad y gran presencia.
Poderosa toda ella. Expresiva y cercana. Mi preciosa J., enmantillada, luz de
vida. Te sabía así, con tu inmensa capacidad de acogida. Gracias por aceptarme.
Te cuidaré, ojos de luna, toda mi vida.
Qué belleza de relato y qué felicidad de encuentro de vida... Enhorabuena a las dos :)
ResponderEliminarGracias, bonita... ya te he dicho que eres un cielo? Muchos besos 💜
EliminarTe leo y me emociono... en estos momentos en que estoy sintiendo ya la llegada de mi hija... gracias!
ResponderEliminarGracias y enhorabuena!! Qué emocionante!! Te envío fuerza y confianza en ti, en vosotras, para ese encuentro... Cuánta intensidad, cuánto amor... te abrazo!! Gracias por compartirlo conmigo
Eliminary llego... llego más rápido de lo que pensaba. llenandolo todo de vida, de pura vida e instito salvaje...
Eliminarlloro ahora al escribirlo... recordando las sensaciones, las emociones que me inundaban mientras escribí el comentari anterior.
lloro emocionada ahora leyendo tu respuesta... gracias!
Hola, no sé tu nombre pero desearía abrazarte. Gracias por compartir ese momento tan especial conmigo. Gracias de corazón por tenerme presente. No puedo más que darte las gracias y feliciarte. Deseo que que continuéis con tanto amor e intensidad. Te abrazo mucho!!
EliminarHe sentido esa presión en la vagina de forma vívida, adoro como escribes y recreas, gracias por tu gran relato.
ResponderEliminarMil besos bonita mía!
Leyéndote he revivido la llegada al mundo de mis hijos, mis dos trocitos de corazón, como yo los siento...enhorabuena!
ResponderEliminarQue maravilla.... No podía ser de otra forma, no merecíais otra cosa. Un beso preciosa.
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