Voy a hablar de conciliación, aún sin contar nada nuevo,
tengo la necesidad de expresar lo que siento. Estos últimos días he vuelto a
debatir acerca del tema, conversaciones a golpe de móvil, intercambio de
visiones, afianzar lazos e ideas. Me he vuelto a sentir comprendida y fuerte,
he vuelto a sentir latir al león y a agradecer su rugido.
La conciliación, o mejor expresado la falta de ésta, es una
de mis batallas abiertas, ya se sabe, no se puede estar en todo para no perder
fuerza. Y mí visión se ha ampliado con
la llegada de mi segunda hija. Nuevas limitaciones ante viejas circunstancias.
Vivir con los días acoplados al minuto.
No es una queja a modo personal, dispongo de un buen horario
y comprensión en la empresa, sino el deseo de expresar que hay medidas que, a
nivel general, deberían ser valoradas. La racionalización de horarios es algo
que debería haberse implantado hace tiempo y ni siquiera existen propuestas políticas
en nuestro país, donde la jornada partida continúa siendo la más extendida y la
que ofrece peores resultados. Arhoe, lleva años luchando por ello de manera
seria, si alguien está interesado les recomiendo consulta su web o contactar
con ellos. Una jornada de ocho horas diarias dividida en dos tandas no puede
ser compatible con el cuidado de los hijos, o de cualquier otra persona que
requiera de atención. Si al menos uno de los progenitores goza de jornada
intensiva, gran parte del problema estaría resuelto. Pero no todas las familias
son iguales y las circunstancias pueden ponerse muy en contra según sea. Y aquí
hablo sólo del cuidado básico, no vayamos a tener en cuenta la necesidad de
estar junto a nuestros hijos y acompañarles mientras crecen.
Hablemos ahora de la falta de protección a la infancia. En
este punto, a mi parecer, es donde se aprecia la mayor carencia de nuestra
legislación y conciencia social. Se mantienen leyes y proponen iniciativas
siempre en el mismo sentido: cuidar a los niños mientras sus padres cumplen la
jornada. Guarderías, centros de estudio, escuelas de verano, públicas o
privadas, ampliando horarios y ratios con el fin de asegurar a los padres un
espacio “adecuado” donde se ocupen de sus hijos durante su ausencia. “Adecuado” porque habilitado para menores no
tiene necesariamente que ser sinónimo de adecuado. Para mí no hay nada más
adecuado que un niño acompañado de sus padres, los dos o uno sólo, al menos.
Ese es su lugar natural, ese es el lugar que deben ocupar unos y otros, estableciendo
contacto, educando, aprendiendo, enseñando. Ese exactamente. Lo demás son
apaños.
Que no se contemple esta necesidad me entristece y esa
tristeza acaba transformada en frustración, porque desde hace años voy profundizando
en el tema de la conciliación y he conocido historias realmente trágicas y he
podido presenciar cómo se aparta la mirada ante este hecho. No existe una
conciencia social de cuidado al menor, existe una conciencia de cuidado a los
adultos. Eso sí. Y de paso si se cuida al menor, pues tanto mejor, pero no se
plantea este hecho como la finalidad de la mayoría de las acciones que se
llevan a cabo en nombre de la conciliación.
Se habla de conciliación y todo el mundo desea arrancar un
pedacito de este derecho que siente que le están robando. Todos deseamos más
tiempo para nosotros, el día nos parece corto y los minutos demasiado preciados.
Pero tener hijos, o personas a tu cargo, es un plus. Un plus que se vive como
una renuncia, no porque lo sea, que no lo es sino más bien una adaptación, pero
socialmente se nos empuja a sentirlo así y lo tenemos asumido. La maternidad
implica renuncia. Si tienes hijos pierdes libertad e identidad. Tu tiempo es
para ellos. Podría sonar bonito, pero no lo es. Dispones del tiempo que tus
obligaciones te dejan libre. Es decir, arréglatelas para hacerlo lo mejor que
puedas. Las madres (aunque emplee este
término también me refiero al padre o tutor) no tenemos reconocido ningún
derecho que acoja toda una serie de situaciones reales que se presentan en relación
a nuestros hijos y esto, finalmente, repercute en nuestra vida profesional
porque se deja en mano de la relación que cada trabajadora mantenga con la
empresa. Es decir, favores. Y me refiero a imprevistos: niños enfermos, locura
para “colocarlos” mientras trabajamos cuando claramente necesitan nuestros
cuidados y presencia, salidas al pediatra, adaptación en escoletas y centros,
etc. Por favor, que esta situación se normalice ya, ¿no creéis? Como primeros
responsables del bienestar de nuestros hijos ¿no pensáis que debemos ser
quiénes se hagan cargo de ellos cuando enferman?... pues no, siempre existirá
una opción B y como nos acostumbramos a todo, se pasa página.
Con esto quiero plasmar la impotencia de ver cómo el tener
menores a tu cargo supone asumir una postura de favoritismo en el ámbito
laboral, de manera que a menudo se crean conflictos entre compañeros por el
hecho de entenderse este punto como un privilegio por disponer de cierta
flexibilidad (si es que la hubiera). El principal argumento empleado por
quiénes no tienen hijos ni personas a su cargo es que también tienen asuntos
que atender. Es comprensible. Pero este argumento no excluye a las personas con
hijos. Al margen de los hijos también se tiene otros asuntos que atender, y
otras inquietudes y otras necesidades. Y tampoco se dispone de tiempo para
ello. Porque el tiempo que esa madre (o padre, repito) se ausenta de su puesto
de trabajo no es para su propio cuidado o beneficio. Atender a un hijo en la
enfermedad o llevarlo al pediatra es un derecho que todo menor debería tener
reconocido. Si continuamos alimentando estos argumentos jamás se romperá esta
cadena de favor y deuda hacia compañeros y superiores. Pero parece ser que tragar
con ello también viene en el pack de madre trabajadora.
Las pocas medidas de las que podemos disfrutar para el
cuidado de nuestros hijos se reducen a los permisos por maternidad y
paternidad, escasos ambos. Cualquiera que haya estado en contacto estrecho con
un bebé sabrá que con 16 semanas no está preparado para estar separado de sus
padres. Ni la madre tampoco lo está (pero este tema da para otro texto propio).
Cualquier argumento que deseen vendernos
y queramos aceptar se desploma ante el instinto y el sentido común. El permiso de lactancia me parece poco más que
una excusa para poder alargar un poco más maternidad y así aproximarse, al
menos, al mínimo que sugiere la OMS en cuanto a lactancia materna exclusiva (6
meses) que además debería ser a demanda. Poder compaginar lactancia materna y
trabajo es posible pero puede resultar una odisea si decide tomar la hora diaria que nos corresponde
hasta que el bebé cumpla 9 meses. Muchas mujeres abandonan la lactancia en este
punto por falta de medios y apoyo. La reducción de jornada por cuidado de
hijos, sería una buena opción sino supusiera en la realidad un motivo de discriminación
laboral. Al igual que las excedencias. Vamos, que si no trabajas para el Estado
es bastante probable que tu situación laboral varíe, y mucho.
Hay muchísimo por hacer, cierto. Pero hay aún mucho más por
entender. Y ahí es donde me vuelco. Deseo colaborar en construir una sociedad
más sensible a estas necesidades, ciudadanos que empaticen con los menores (y
sus padres), que crean en fortalecer las relaciones desde los cimientos. Nos
pasamos media vida tratando de solucionar lo que estropeamos en la otra media.
Me conformaría con que comenzásemos a verlo. La maternidad no debería llevar
implícita una renuncia, porque es una oportunidad para el presente y para el
futuro. Y la tenemos ahí, día a día, a nuestro alcance.
Gracias Colo, por tu reflexión, queda mucho por hacer, pero yo siento que estamos en el buen camino.
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