La violencia
hacia los niños está ampliamente justificada. Desde los gritos, insultos e
intimidaciones hasta el abuso corporal, no el sexual; que afortunadamente es un
aspecto condenado por la sociedad al completo.
El
castigo físico no sólo se camufla y acepta en el ámbito familiar sino que
durante muchos años fue una práctica extendida en el mundo adulto, pudiendo
actuar de manera agresiva incluso profesores y personas a cargo de hijos
ajenos. Esto también ha cambiado. Lo que me sorprende es que no sea hasta hace
relativamente poco cuando se recogiera el derecho a la protección de menores y
se penalizaran este tipo de actos.
Pero
una cosa es lo que dicte la ley y otra lo que se cueza en cada hogar y familia.
Deseo
pensar que aquellos adultos que emplean la violencia física con sus hijos son,
a su vez, víctimas de sus circunstancias y que, probablemente, arrastren su
propia historia de violencia infantil de la cual no han sabido desprenderse. No
lo comento a modo de pretexto, golpear a un hijo/a no es un hecho justificable.
Agredir a un hijo/a es, principalmente, una derrota.
Deseo
pensar que aquellos adultos que emplean el castigo físico, no sólo a modo de
reprimenda o escarmiento sino como una vía de escape ante su propia
frustración, que puede o no estar vinculada a la conducta del niño, son o serán
capaces de apreciar el abuso en sus actos, recapacitar y tratar de
reconducirlos. Porque, dejadme que os cuente, no existe el cachete a tiempo.
No. Es una excusa a la que agarrarse cuando se va la mano o cuando no se desea
emplear otros recursos más respetuosos (y más efectivos en su esencia). No se
corrige con golpes, palmaditas, cachetes en el culo, pellizcos, empujones o
tirones. No. Lo que se enseña es que la violencia es una forma válida de
imponer nuestra voluntad. Lo que se inculca es miedo, inseguridad, sumisión e,
incluso, rencor; sentimientos bastante distantes al respeto. Lo que se trasmite
es que tú haces o dejas de hacer lo que yo digo porque soy más fuerte, porque
te hago daño y si vuelve a ocurrir ya sabes lo que hay.
Muchos
adultos se escudan en el clásico "A mí me pegaban y no me ha pasado
nada". Francamente, lo dudo. Dudo que una infancia con muestras de
violencia sea igual a una sin ella. Aunque sean pocas. Dudo que la visión de
nosotros mismos, como niños que fuimos, se cree por igual con o sin violencia.
Dudo que el respeto hacia nuestro cuerpo, como dueños únicos de él, se forje
del mismo modo con o sin violencia. Dudo que el amor hacia quién nos agrede, en
nuestra más tierna vulnerabilidad, se afiance del mismo modo. Se podrá
camuflar, disfrazar de protección, etiquetarse a uno mismo como un niño/a
bastante "trasto" e incluso saberse en paz tras haber transitado el
perdón. Pero no digáis que es igual.
Habrá
muchas formas de normalizar y asimilar la violencia cuando se sufre en la
infancia. Pero me cuesta creer que ésta no deje huella. Se crean relaciones
marcadas por la subordinación, la falta de amor propio, inseguridad y
resentimiento. En realidad, hay que ser muy hábil para resultar un adulto
"normal" arrastrando tanto.
Me gustaría que
se reflexionase seriamente sobre esto. Que aquellos adultos que agreden o hayan
agredido físicamente a sus hijos sepan que tienen una deuda moral con ellos,
que les deben un perdón: pronunciado, reconocido. Que se sientan capaces de
volver la vista atrás por si vislumbran huellas de su propia historia y
resituarse. Tirar del hilo o no. Lo importante es no perpetuar esta conducta.
Todo podría tomar otro rumbo. Detenerse ante un pronto. Gestionar, a la vez, la
propia frustración.
Hay
que ser muy valiente para ello, lo sencillo es pensar que no afecta. Que se es
tan "normal" y así, continuar justificando el abuso y la violencia.
Aunque teniendo en cuenta que en nuestra sociedad dentro del concepto
"normal" entra cualquier cosa que no desemboque en tragedia, no me
sorprende que expresiones de este tipo sean aceptadas: "No se hace nada
malo” “Así aprenderán” “Me duele a mí más que a ti” “Es por su bien". Nada
tan incongruente. Por su bien, hazle saber que nadie tiene el derecho a
agredirle, que nadie tiene derecho a abusar de él y que existen otras maneras
de poner límites y gestionar la rabia.
No
hablo de una falta de cuidado y amor a los hijos. Sería ya llegar al abandono y
el trato más vil. No digo que no exista amor en estas relaciones, digo que no
lo sustentan ni son actos que lo cultiven. No se puede inculcar respeto
infringiéndolo. Es mero sentido común.
No
deseo cerca a quién me lastima, no me siento segura junto a quién me daña
intencionadamente. ¿Qué nos hace pensar que un niño/a siente de otro modo? Si
ellos pudieran elegir, diría lo tendrían claro. Son seres dependientes,
necesitan de nosotros para subsistir y nutrirse, también emocionalmente. Es una
gran responsabilidad, pero también, un gran privilegio.
Buffffff... Sin palabras.
ResponderEliminarNada que añadir. Tan sólo aplaudir post como este, tristemente tan necesarios.
Un abrazo.
Gracias, Mamá Burbujita. Gracias grandes. Abrazos!
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