Hace unos días llegamos al pueblo del que son mis raíces, donde nacieron y crecieron mis padres, así como sus padres a la vez. Desde que era pequeña y regresaba cada verano no me había arropado esta sensación de cariño y añoranza al estar aquí. Será que el visitarlo junto a la Cereza está despertando en mí todo este cúmulo de sentimientos que yo misma ignoraba llevar dentro.
Me sorprendo sonriendo cuando me asomo al patio y me rodean las paredes vecinas, blancas de cal. Mientras el campanario vigilante, con su piedra firme y antigua, nos marca el compás de las horas. El paseo por las calles empedradas, sorteando las pendientes, me hace pensar en las veces que jugando entre risas las recorrí. Cómo salía al atardecer de la mano de mi abuelo hasta la plaza, con unas florecillas de jazmín en el pelo, un besito cariñoso en las mejillas y una monedita para compartir con los patos del parque. Ayer, mientras la Cereza lanzaba trocitos de pan a un pato despistado yo repasaba estas escenas con cariño.
De entre todas estas sensaciones, la más palpable, es el pensar en cómo llegué al mundo aquí, en un día de invierno. Me imagino a mi madre, en su tierna juventud aún, envuelta en la fuerza y la magia que se precisa para traer a un hijo al mundo. Cuentan que era el día más importante del Carnaval y que en el pueblo se respiraba el ambiente festivo y burlón que esta fiesta conlleva. Esa mañana mi madre fue a trabajar y a su regreso ya era consciente del proceso que había comenzado. Yo había decidido llegar al mundo en un día como ese. Imagino ahora, con más fantasía que realidad, cómo debieron vivir esa situación. Sé que no fue un parto demasiado largo, que a mi madre no le faltó amor, acompañada por la suya y por mi padre y que asomé la cabeza a este mundo en un hospital de monjas casi recién estrenado, la misma mata de pelo oscuro que recuerdo en la Cereza al nacer. Al instante irrumpieron en el hospital los amigos, disfrazados, alborotados por la celebración y por el acontecimiento, revolucionando a las monjas para poder darme la bienvenida y besar a la madre.
Y así anoche imaginaba a su vez a mi madre saliendo a través de mi abuela, en su casa, rodeada de mujeres sabias que la acompañaban con toallas calientes entre la incertidumbre y la confianza. Me enternece hablar de esto con mi abuela, admirar su fuerza y su temple. Compartir con ella miradas de amor y aprobación mientras amamanto a la Cereza sin pudor y sin barreras, haciendo oídos sordos a lo que nos rodea. Vivo este reencuentro precioso con mis raíces sintiéndome un eslabón más en esta cadena de mujeres que teje nuestra familia, así cómo nunca hasta ahora me había sentido. Me parece tan hermoso... Ahora, siento palpitar la parte de mí que se queda entre los olivos que acunan el lugar donde nací.
Me sorprendo sonriendo cuando me asomo al patio y me rodean las paredes vecinas, blancas de cal. Mientras el campanario vigilante, con su piedra firme y antigua, nos marca el compás de las horas. El paseo por las calles empedradas, sorteando las pendientes, me hace pensar en las veces que jugando entre risas las recorrí. Cómo salía al atardecer de la mano de mi abuelo hasta la plaza, con unas florecillas de jazmín en el pelo, un besito cariñoso en las mejillas y una monedita para compartir con los patos del parque. Ayer, mientras la Cereza lanzaba trocitos de pan a un pato despistado yo repasaba estas escenas con cariño.
De entre todas estas sensaciones, la más palpable, es el pensar en cómo llegué al mundo aquí, en un día de invierno. Me imagino a mi madre, en su tierna juventud aún, envuelta en la fuerza y la magia que se precisa para traer a un hijo al mundo. Cuentan que era el día más importante del Carnaval y que en el pueblo se respiraba el ambiente festivo y burlón que esta fiesta conlleva. Esa mañana mi madre fue a trabajar y a su regreso ya era consciente del proceso que había comenzado. Yo había decidido llegar al mundo en un día como ese. Imagino ahora, con más fantasía que realidad, cómo debieron vivir esa situación. Sé que no fue un parto demasiado largo, que a mi madre no le faltó amor, acompañada por la suya y por mi padre y que asomé la cabeza a este mundo en un hospital de monjas casi recién estrenado, la misma mata de pelo oscuro que recuerdo en la Cereza al nacer. Al instante irrumpieron en el hospital los amigos, disfrazados, alborotados por la celebración y por el acontecimiento, revolucionando a las monjas para poder darme la bienvenida y besar a la madre.
Y así anoche imaginaba a su vez a mi madre saliendo a través de mi abuela, en su casa, rodeada de mujeres sabias que la acompañaban con toallas calientes entre la incertidumbre y la confianza. Me enternece hablar de esto con mi abuela, admirar su fuerza y su temple. Compartir con ella miradas de amor y aprobación mientras amamanto a la Cereza sin pudor y sin barreras, haciendo oídos sordos a lo que nos rodea. Vivo este reencuentro precioso con mis raíces sintiéndome un eslabón más en esta cadena de mujeres que teje nuestra familia, así cómo nunca hasta ahora me había sentido. Me parece tan hermoso... Ahora, siento palpitar la parte de mí que se queda entre los olivos que acunan el lugar donde nací.
Que bonito Coco, que recuerdos mas bonitos y que lugar tan especial. Me alegro muchisimo de que estes disfrutando tanto de él y que la Cereza pueda estar compartiendolo contigo. Un besazo y que lo sigais disfrutando.
ResponderEliminarQué bonito sentirse tan vinculada al lugar donde naciste y a tus raíces. Algún día podrás contar todas esas historias a Cereza y compartirlas con ella.0
ResponderEliminarMe ha encantado el post. :-)
ResponderEliminarCocolina, me has hecho vivir esos momentos también a mí, qué íntimo, qué bonito lo que cuentas, qué emotividad en estas líneas. Yo también me siento hoy un eslabón más en la cadena de mujeres de mi familia, me siento dentro de algo primitivo, no sé... Gracias por compartir estos momentos. Un besazo emocionado!!
ResponderEliminarQué bonito!
ResponderEliminarEs buena de vez en cuando acordarnos de dónde venimos y la historia de nuestra llegada.
María, gracias! me llega tu cariño!! Han sido unos días preciosos y especiales con la pequeña allí!
ResponderEliminar@Mousikh, es extraño porque lo cierto es que me siento del lugar donde vivimos, donde crecí y tengo ligados casi todos mis recuerdos. Sin embargo, he pasado muchas etapas de mi infancia en el pueblo y esta vez me han inundado estas sensaciones tan de raíces. Ha sido muy bonito! Gracias por tu comentario!
Porfinyomisma, gracias! me alegrio mucho que te haya gustado!! bienvenida!!
Carol, entiendo lo que expresas porque es exactamente lo que me ha ocurrido en esta visita. Algo primitivo, no podía haberlo dicho yo mejor. Gracias a tí por compartir también!
Carol, gracias a tí también guapa! sí que es bello echar la vista atrás a veces y tomar consciencia del punto en el que estamos. Casi siempre una se siente agradecida, verdad?
Que bonito!!!!!!!
ResponderEliminarYo tambièn nacì en carnavales.........jeje
Hermoso post!!!!! que lindo sentir las raìces, esas que la maternidad entre otras cosas nos deja aflorar si danzamos con ella!!!!!!!!!