Mostrando entradas con la etiqueta #Babyboom. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta #Babyboom. Mostrar todas las entradas

viernes, 11 de mayo de 2012

No a la violencia obstétrica

“Parir es muy animal” 

Recuerdo perfectamente cómo salió esa frase de mis labios cuando me preguntaron por la experiencia. Así lo resumí todo, recostada entre las sábanas del hospital con mi hija recién nacida en el pecho, entre mamando y rozando su nariz diminuta con mi pezón. Y así me lo confirmaba una amiga, cuando meses después, llegó su momento y decía que estas palabras mías le resonaban. 

Recuerdo que me quedaba absorta pensando en la experiencia vivida, nunca imaginé que fuese de este modo, creo que no puedes, o al menos yo no pude, hacerte una idea real de lo que supone abrirse para dar salida a tu hija desde las entrañas, ser el camino. Estaba absolutamente sorprendida por lo sucedido, admirada de mi cuerpo, de mi hija, me parecía increíble que esto que sucedía cada día a tanta gente no tuviera la relevancia que en realidad tiene, que se viviera como un mero trámite, que no se hablase más allá, se comprendiera más allá y, ante todo, no se respetase y asistiera con plena consciencia de lo que es. Porque no es que saquen a tu hijo de tu vientre, no, por mucho que traten de venderlo así. Parir es nacer, es tomar consciencia del poder de tu cuerpo y tu instinto, es saberte dueña de tu sexualidad por completo. Es la fuerza femenina más poderosa que he experimentado nunca. Al menos yo, lo viví así.

Mi principal aliada fue la confianza, la certeza desde antes incluso de estar embarazada, de que mi cuerpo estaba preparado y pensado para concebir, parir y amamantar. Me resultaba algo tan obvio que ahora sé que se convirtió en la gran fuerza que determinó que las cosas transcurrieran como fueron. Sin profundizar más allá, sin leer más allá, sin preguntar más allá. Era una convicción que nacía en mí y que creo que toda mujer sabe o presiente y nadie, nadie, debería cuestionarlo o ensombrecerlo en ningún momento y aún menos, antes, durante o después de atravesar su propia experiencia de parto. 

¿Por qué entonces apenas poner los pies en un hospital alguien ajeno suele tomar las riendas, marcar los tiempos, decidir y adiestrar a la mujer? ¿Por qué se nos trata como a niñas, nos infantilizan, nos dirigen, nos usurpan nuestra intimidad y nuestro derecho a elegir u opinar? ¿Por qué se nos ridiculiza ante el dolor y la fragilidad, como si no fueran parte del mismo proceso y, sobre todo, como si no tuvieran nada que ver sus intervenciones con ello? ¿Por qué se jactan cuando una mujer menciona o muestra su plan de parto? Acaso no somos nadie… Lamentablemente, en algunos centros hospitalarios y en algunas circunstancias, parece ser que no. 

No voy a opinar sobre los partos de otras mujeres ni analizar la atención que recibieron puesto que creo que contribuyo a inmiscuirme en su intimidad y en su propia apreciación de los hechos. Lo que sí afirmo es que aún queda mucho camino por recorrer para que el momento en que llega una criatura al mundo sea lo que debiera ser. Y deseo analizarlo desde mi propia experiencia.

Tampoco entraré en todos los detalles puesto que ya los relaté, os ofrezco los enlaces aquí y aquí, pero sí diré que en ocasiones me sentí violentada y me pregunto cuántos factores ajenos a mí y a mi hija hubieran podido influir de haber llegado antes o después, de habernos encontrado con más mujeres en esta misma situación, de haber otras personas realizando el turno… En fin, hay tantas cosas que pueden hacer que las cosas sigan o no su curso de manera más o menos natural, más o menos deseadas. 

No encontré palabras cálidas, miradas cálidas, trato cercano. Tan sólo por parte de una joven matrona que se encontraba realizando sus prácticas. Encontré soledad y limitaciones. Encontré frialdad y escepticismo ante mi plan de parto, que pasaron por alto en puntos muy importantes. Encontré violencia obstétrica silenciada, de esa que no te ata directamente, no te insulta, sino que te ignora a conciencia y no te consulta su proceder, dando por sentado que no tienes nada que decir ni mucho menos que decidir. Encontré resistencia y burla al negarme rotundamente a ciertas prácticas, cuando me rasuraron sin mi consentimiento, cuando en pleno expulsivo, me puse en pie y me advirtieron “muy bien, pero parir parirás tumbada”. Encontré violencia cuando rompieron mi bolsa sin ni siquiera informarme de ello, cuando me administraron oxitocina sin consultármelo y sin ser necesario, cuando trataron de abalanzarse sobre mi vientre para ejercer la maniobra de Kristeller sin más, cuando me trataban de acallar y avergonzar diciendo que no chillara, cuando no estuve acompañada hasta el último momento, cuando minutos antes de salir mi hija me decían que me dolía más porque “si no quería episiotomía ni epidural esto es lo que pasa”, cuando tras apartar a mi hija unos instantes de mis brazos me la entregaron vestida y, entre grandes temblores que apenas me permitían sostenerla, al solicitar su ayuda para desnudarla y poder abrigarla con mi propio cuerpo, su respuesta fue: “haz lo que te dé la gana, es tuya” y se dieron media vuelta. Sentí que aprovecharon mis momentos de fragilidad y soledad para aplicar sus protocolos sin apreciar la situación y pasando por alto mi voluntad. Eso sí, una vez acabó, me felicitaron. 

Sí, me siento víctima del abuso porque así fue, el hecho de que fuesen o no más allá y sus actos afectasen en menor medida siento que únicamente es mérito mío, de haber sido una verdadera leona y haber tenido que estar presente en lo que ocurría a mi alrededor para cerciorarme de que no transgredían mis deseos, los cuales ya conocían por escrito gracias a mi plan de parto. Fue un parto fácil, fue un parto bonito, porque siento que recobré el control de mi cuerpo y aprendí a amarlo y a honrarlo por todo lo que me ofrece, por todo lo que es. Fue un parto animal, porque me sentí así, por momentos como la mamífera que soy, desafiando con la mirada y capaz de alzarme en pie para romper con aquello que no deseaba y consideraba mío, confiada en aquellos aspectos que podían escaparse a mi control por si surgía alguna complicación, pero reticente a entregarles las riendas de mi parto, de mi sexualidad. Agradecida por estar informada, por tener claro lo que deseaba y lo que no y tratar de no perder de vista los límites, por tener el valor de decir alto y claro “eso no” y comprobar con satisfacción que era innecesario cuando cedían. 

Sólo lamento no haber llegado a tiempo en ciertos momentos , no haber podido parir sin necesidad de estar pendiente de estos aspectos, pudiendo confiar plenamente no sólo en mi cuerpo y en mi hija sino también en la intención y acciones de quiénes nos acompañaban, por no haberme podido entregar a parir en la posición deseada, abrazada a mi compañero en algunos instantes, no haber recogido con mis propios brazos a mi hija, no haber abrazado mi placenta, aunque sí la toqué y la admiré de cerca por todo lo que nos aportó, por no haber retozado a gusto desnuda junto a mi hija bajo el abrazo de su padre y unas mantas… 

Esta fue mi experiencia, sé que la de otras mujeres es mucho más dura e incluso vejatoria y siento que debemos alzar la voz para que esto deje de suceder con impunidad. Mujeres a las que inducen el parto, que pasan la dilatación ya entre pasillos, vías, fármacos, luces y tactos. Mujeres que soportan enemas, rasurados, amenazas, coacción, empleo de fórceps, ventosas o cualquier otro tipo de instrumental de manera innecesaria, cesáreas que podían evitarse si no se interviniese y se facilitara el tiempo y ambiente para que cada mujer dilate a su ritmo, episiotomías sin más razón que precipitar la salida, falta de respeto hacia la intimidad, el recogimiento, la atención cercana y personalizada que supone cada nacimiento y cada mujer. No olvidemos que no somos enfermas, el parto es un proceso fisiológico y debería acompañarse y valorarse como tal, reduciendo el intervencionismo a salvar los riesgos que pudieran presentarse o bajo el deseo expreso y libre de la mujer a la administración de fármacos, anestesias o ciertas prácticas. 

Y ahora nos presentan un reality para que todo el mundo sepa lo que supone parir, el parir del dolor y la sumisión, el parir de la mujer infantilizada y débil, el parir casi deshumanizado… Sin darse cuenta de que el verdadero reality, el verdadero espectáculo, es el propio personal sanitario, que en defensa de unos protocolos generalizados que en ocasiones desatienden las instrucciones propuestas por organismos como la OMS en cuanto a la atención al nacimiento, aprovecha sus minutos de gloria como estrellas de tv para dejar entrever hasta dónde llega su falta de sensibilidad y respeto por lo que están presenciando. El verdadero show no es ver a una mujer parir, es apreciar a todo un equipo humano en acción para tratar de “salvar” a una mujer de algo que puede hacer por ella misma, si se la acompaña, atiende y permite. Su misión no es hacer que la mujer tenga a su hijo/a sino velar por la seguridad de ambos durante todo el transcurso y poner los recursos al alcance de todos para que esto sea lo más seguro y agradable posible, para la mujer y el bebé, no para el personal sanitario, faltaría más. 

Parir es animal, así es. Y es animal mientras el animal mantiene el control. Que no nos camuflen, confundan ni presionen. 

No a la violencia obstétrica.




El carnaval de blogs sobre Baby Boom ha sido organizado a través de twitter por un grupo de madres cansadas de ver como la violencia obstétrica se ha normalizado en nuestra sociedad hasta el punto de que sea considerada la práctica "normal" y deseable.

Quienes queráis uniros a la iniciativa y expresar vuestra opinión podéis hacerlo tanto a través de entradas en vuestros blogs como a través de twitter o facebook usando el HT propio del programa #Babyboom o el alternativo #babibun