Dos lunas llevo observando de cerca mis ritmos. Anoto
sensaciones, estados, pensamientos, sueños y sentires. Visualizo mi interior y
exterior en cada fase, día tras día, tornándome del color de mis carnes: clara, pálida, rosada o roja.
A medida que avanzo en el conocimiento de mi naturaleza
cíclica, aumenta la sensación de que esos espacios que dedico a plasmar lo sentido
o vivido comienzan a transformarse en un preciado secreto, en pequeños tesoros,
en los que vuelvo lo más íntimo de mí: son piedras preciosas, diamantes en
bruto. Especialmente los espacios que
dedico a recrear los sueños. Me siento incluso invadida por mí misma, como si
estuviera otorgando permiso a una parte de mí para asomarse a la otra sin
llamar, sabiendo que a ésta última le incomoda en cierto modo.
No siempre he mantenido esta predisposición a vivenciar mis
ritmos. Durante mucho tiempo mostré cierta reticencia a profundizar en ello. Me
ocurrió igual con el embarazo, la lactancia, el parto y, muy especialmente, en
la crianza, puesto que guarda matices mucho más subjetivos. El empaparme a priori de experiencias, consejos y teorías, me hacía
sentir que en cierto modo me condicionaba de antemano sin permitirme, tal vez,
vivenciar o transitar los hechos desde mi instinto y capacidad, si es que acaso
una logra desinhibirse por completo de
la carga social, emocional y educativa que lleva por mochila en la vida.
Por supuesto que no incluyo toda la información en el mismo
saco, encuentro importante, necesario, estar bien informadas sobre embarazo,
parto y lactancia antes y durante la vivencia. A lo que me refiero es a esas
otras maneras de compartir experiencias mucho más sutiles. Disfruto
sumergiéndome en esas lecturas una vez he podido experimentar las mías propias
y, en cierto modo, me he posicionamos por mí misma. Llegada a este
punto, todo es nutrirse, crecer, cuestionarse y gozar. Aunque suponga también reconocer
errores.
Al comenzar a leer Luna Roja, de Miranda Gray, sentí que al
describir cada fase de nuestros ciclos con tantos detalles y tonos característicos
acabaría por condicionar mi comportamiento o predisposición, de modo que lo
aparqué y me centré en anotar mis sensaciones físicas y emocionales durante un
tiempo, hasta recibir su siguiente llamada. Esta vez sí, he aprendido mucho y
considero que invita a un valioso ejercicio en el que cada una puede elegir lo
que más se aproxime a su propia manera de pasar por la vida.
Me reconforta el prestar atención a mis ciclos, reconectarme con mi útero y reconocerle el lugar hermoso que ocupa. Me ligo y
desligo del hilo conductor para tratar de centrarme en mis propios sentimientos
y percepciones dejando a un lado lo que probablemente pudiera vibrar en mí
según el momento del ciclo en que me encuentre. Me sumo a las visualizaciones,
algunos ejercicios para potenciar la creatividad, para reconectarnos y
reafirmarnos sin despistar la individualidad, a veces alzando la barrera y
dejando salir, otras analizando cada poro y pensamiento.
No es sencillo, sabernos y reconocernos cíclicas con todas
sus letras, con toda su sangre o ausencia de ella… pero es apasionante.