Hubiera deseado transmitir alguna hermosa vivencia de Navidad, soy de esas personas que conserva la ilusión y me gusta sacarla a pasear en estas fechas. Disfruto contagiándome de sonrisas desconocidas y de despedidas en forma de buenos deseos, aunque sólo sea por tradición. Me gusta, me da alegría.
Sin embargo están resultando unas Navidades un tanto distintas, no he tenido mucha oportunidad de salir a pasear y esta mañana, aunque fuese para arreglar papeles de esos que no puedes dejar pasar ni un día más porque tienen su fecha marcada en rojo, me puse en marcha junto a la Cereza con la intención de acabar pronto y aprovechar este sol de invierno para jugar juntas en algún parque de la ciudad.
Tras colas milenarias nos encontrábamos al fin en el umbral de la puerta cuando la linda Cereza comenzó a llorar, la cola era inmensa por delante y por detrás, de modo que me las ingenié para rescatar el móvil del último bolsillo y así poder colorear flores durante la espera. Cuando nos tocó el turno, rompió a llorar con fuerza de nuevo, apenas podía oírme la señora que nos atendía. Quién, de mala gana, me arrebató el DNI de la mano y se cambió de mesa, mientras yo en pie hablaba con mi hija tratando de consolarla en mis brazos. Todo el mundo nos miraba. La señora se acercó de nuevo, me devolvió mi carnet sin mirarme y comentó que no podía hacer nada por mí, que regresase en 90 días, mirando al siguiente... Le dije que estaba al tanto de mi situación y que por favor revisase mi estado. Efectivamente. El transcurso en total fueron menos de 3 minutos, no le llevó más tiempo sellarme el documento, pero me temo que el atender a una madre en pie, paseando, hablando y cantando a su hija en brazos mientras lloraba no entraba dentro de lo que ella consideraba su trabajo.
Deseando salir ya de ahí, principalmente por mi hija, solicité una tarjeta y me marché. Nada más girarme, esta señora alzó la voz deseándome un buen día, diciendo que falta me hacía y muy especialmente para los que me rodean. Yo apenas daba crédito a la situación, cuando continuó con su discurso diciendo que "vaya panorama con esa niña, guapa". Con calma me giré para decirle que ya estaba bien, que tampoco era para tanto y que tan sólo era una niña, que hiciera el favor. A continuación me di la vuelta y continué hacia la puerta dejándola con sus graznidos.
Fue salir a la calle y la Cerecita se calló de golpe. No me extraña hija, yo también hubiera llorado o gritado por la manera en que nos tratamos unos a otros. Las colas de locos, los pisotones, las miradas hacia las madres cuyos bebés no se comportan como "toca", las ganas de intimidar, de ridiculizar, de seguir tratando a los niños como ciudadanos de segunda. Los niños lloran a veces y ojalá hubiera podido salir por la puerta al primer aviso de mi hija, no por no molestarla a usted señora agradable sino porque para mí también es preferible poder dedicar el tiempo que paso con mi hija a hacer cosas más hermosas, pero desgraciadamente no podía ser y en situaciones así es cuando una se hace consciente de la gran falta de sensibilidad y empatía que tenemos en general, de lo extendida que está la idea de los niños "domesticados", de las madres y padres que deben echar reprimendas a niños y bebés, incluso cuando aún ni les comprenden, solamente para ganar cierta aprobación social... Qué tristeza...
Nuestros hijos no son objetos ni animales de compañía para que nos señalen de algún modo, para que traten de hacernos saber que no nos encontramos en el lugar adecuado para que nos acompañen o para que nos culpen por no controlar sus emociones. Entiendo que pueda resultar molesto para alguien, pero no estamos hablando de un quirófano señora, y los niños son así. Usted no puede tomarse la libertad de opinar en alto acerca de otra persona, sí, aunque le parezca increíble es otra persona. Basta ya de discriminar a los niños por ser lo que son, niños.
Mi sensación final fue de tristeza, tristeza porque el cambio de mentalidad necesario va mucho más allá. No se trata sólo de la oferta sin niños que se hace desde algunos sectores, no, acabar con la idea de que los niños molestan en la sociedad debe brotar desde cada uno de los rincones, porque esta falta de empatía y sensibilidad no sólo la mostró la señora que nos atendió sino gran parte de los presentes.
Y ahora nos vamos a la cabalgata de Reyes, no pierdo la esperanza y estoy convencida de que el espíritu bueno de la Navidad nos alcanzará en el último momento para poder compartir con vosotr@s otra bonita anécdota sobre la bondad que hay en cada uno de nosotros. Felices Reyes amig@s