Llamo al llanto. Llamo a las lágrimas cristalinas, lágrimas
voladoras, ingrávidas, que conducen mis secretos. Que descargan, una a una, el
nudo gris de mis adentros.
¿Por qué a veces robamos injustamente al llanto lo que le
pertenece? ¿Cuántas lágrimas no fueron enjugadas? ¿Cuántos desgarros internos por
no hacer evidente que algo está sucediendo?
Asociamos el llanto al sufrimiento de tal manera que tan
sólo a la felicidad desbordada le honran también unas lágrimas. Pero el
llanto no trae el dolor, al menos para mí, sino al contrario, me libera.
Apenas nos sorprenden unas lágrimas ajenas para encontrar un
susurro en forma de “no llores” o una leve amenaza, sobre todo en rol infantil,
con “no vayas a llorar”, respondiendo a un esquema adquirido de absurdos
fuertes y cobardes, buenos y malos. Cuando llorar, llorar desde lo más
profundo, en libertad, nos abre más allá, nos permite sacar lo que nos oprime, desgarra o bloquea, nos descansa la mente, los músculos, nos induce al
sueño: nos deja admitir a nosotros mismos lo que está sucediendo.
Convirtiéndose para mí en el gran momento de recogimiento y conexión conmigo
misma.
Adoro llorar. Llorar cuando lo necesito. Me duele el alma
cuando no dejo salir la energía que pide abrirse paso de este modo. Me zumban los
oídos, la mirada cae turbia y el marrón intenso de mis ojos clama por no
existir. La garganta se inflama y las emociones rebotan dentro de mí
desubicadas, disparadas, sin guía ni sendero.
Respeto mis momentos de llanto, íntimos y sagrados frente a
mí misma. Deseo permitir que mis seres queridos también se sientan libres
para darle salida a su manera. Sobre todo cuando se trata de mi hija. Si sufre,
si está cansada, si desea liberar o expresarme algo mediante de este modo no la
acompaño “negando” su llanto, al contrario. Permanezco cerca, lejos del
abandono, pero tratando de que se exprese también así si lo desea.
Amo mis lágrimas, son la llave más arcana a otro nivel
interior, son la otra visión de una misma situación. Son quiénes me muestran
que dentro de mí está la aceptación y el mapa adecuado para cada cosa. Son
ellas las que finalmente templan mi impotencia, mi rabia, mi tristeza y mi ego herido.