Un día
como hoy, hace ya tres décadas y cuatro años, a la hora exacta en que estas palabras también conocen la luz, asomé la
cabeza a este loco mundo. Desde entonces recibo este día con alegría e ilusión,
rodeada de los buenos deseos y el cariño que me alcanza desde los mismos y
distintos corazones. 12410 días que me han aportado tanto. Gracias por cada
segundo de ellos.
Desde
hace dos años, cuando llega este día lo siento y lo vivo de manera diferente.
Hoy, como el año pasado, siento el deseo irreprimible de abrazar a mi madre y
darle las gracias. Ahora que soy madre, la felicito yo a ella también,
consciente de esa fusión que vivimos y de la consecuente desunión, que comenzó en
este día de invierno que escogí para conocernos. Y en esos instantes latentes
que dura un abrazo, me gusta cerrar los ojos y sentir su cuerpo, ahora más
menudo que el mío, de nuevo pegado a mí. Sé que ella lo entiende porque leo en
sus ojos la gratitud ante este
reconocimiento de amor que la maternidad me ha hecho brotar hacia ella. Gracias
a ti, mamá.
Gracias
por darme la vida, por acompañarme en mi llegada al mundo con tu esfuerzo y tu
cuerpo sabio. Sin drogas sintéticas, con los medios que había entonces, con la
compañía con la que en esos instantes contaste y la fuerza, el ímpetu y la
conexión con tu naturaleza que entiendo necesaria para para traer a un hijo al
mundo. Cierro los ojos e imagino cómo debió ser atravesar el canal de parto bailando al son cálido de tu cuerpo. Sé que
me has relatado muchas veces cómo fue y lamento cuestionar ahora si realmente
fue necesario que me extrajeran de ti a la fuerza, lo siento, me he vuelto algo
crítica con ciertas prácticas pero también respeto que no tú no lo pienses así. Te
parecerá una locura, pero a veces divago pensando si eso no tuvo algo que ver con
todo lo que, según todos, lloré sin consuelo de pequeña. Tal vez lo necesitaba…
creerás que estoy loca, mamá, y eso es lo hermoso de ser tan distintas e
iguales a la vez. Tal vez algún día la Cereza me haga sonreír con sus conclusiones
de madre también.
Gracias
por ofrecerme tu pecho como alimento y cobijo. Gracias por ser de algún modo
diferente y rebelde. Por tirar hacia adelante con todas las consecuencias que podía
suponer tu corta edad… Y gracias a ti también papá, por acompañarnos con tu
dulzura desde el primer instante. Por ser, como eres, la otra mitad de mí y mantener
intacto vuestro mutuo amor sin el cual todo habría sido muy diferente. Gracias a
los dos por criarme en libertad, a pesar de haberme sentido a veces, más que
perdida, desencontrada. Ahora comprendo que no todo es tan fácil y nunca habrá
suficiente amor para agradeceros el haberme dado la vida.
Esta
vida que me brilla por la sencilla dicha de poder vivirla, de respirar, latir y
notar la sangre caliente recorrer mi cuerpo para nutrirlo. Creo que no hay
regalo más hermoso. A pesar del temor al sufrimiento, al dolor o la
incertidumbre de la muerte. Soñar cada noche y abrir los ojos cada mañana es el
gesto más evidente de que todos somos iguales y podría compararse con esa
primera vez en que, tal vez también soñando, abandonamos la oscuridad y el agua
tibia del vientre materno para arrojarnos valientes a esta otra parte de la
vida, comenzando a escribir así nuestra
historia a nuestra manera.
Hoy, exactamente
297840 horas después, a las 22.22 de otro 11 de febrero, mis ojos achinados de recién nacida me devuelven la mirada para apreciar cómo aquel primer
instante pudo ser… y me siento inmensamente valiosa, unida por un cordón invisible a la gran placenta de la vida. Vibrante y receptora, como volando sobre un pez de color. Feliz y agradecida, simplemente, por existir.
En el día que nací, de nuevo frente a frente contigo, te tiendo mi amor... Felicidades mamá.
En el día que nací, de nuevo frente a frente contigo, te tiendo mi amor... Felicidades mamá.