Mostrando entradas con la etiqueta cumpleaños. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta cumpleaños. Mostrar todas las entradas

miércoles, 7 de marzo de 2012

2 años y mucha vida


La dulce Cereza aguarda cada mañana para iluminar su sonrisa. No duda en asirse a mi brazo, en escalar mi cuerpo, en refugiarse en mi pecho, desnudo o cubierto, para regalarme diminutas caricias de amor. Ha crecido. Sí, mi cielo, cuánto has crecido!

La dulce Cereza nada en mis horas, en mis días, en cada instante de vida que se nos regala. Impregnó mi retina y nada recupera ya su forma original, su color neutro, su ritmo acelerado. Llegó para vestirme de una extraña calma y sazonar nuestra vida de alegría.

Brilla en cada nuevo paso, en cada nueva fase, en cada etapa fugaz. Vivió dentro de mí su crecimiento más intenso y pasó ante mi vista, danzando cual mariposa, de bebé a casi niña. Abandonando su cuerpo tierno por el de una ágil criatura, delicada, esbelta, rebosante de curiosidad y vida. Criatura que me guía y me acompaña. En el día con sus risas, sus palabras, sus manos y pies. En la noche con su presencia cálida, su refugio para mi alma, su cuerpo unido al mío, meciendo la luna en la leche tibia de mis pechos.

Ay, cómo pasa el tiempo… y algunos instantes nos habrán abandonado para siempre, mi memoria es limitada y la tuya es muy tierna aún. Pero lo esencial, lo que riega nuestras emociones, permanecerá. Lo sé.

Por eso hoy, Cereza mía, dos años después de nuestro encuentro, no puedo evitar mirar atrás… Nos reconozco aún inmersas en los primeros instantes, frotando nuestros cuerpos, contando tus dedos, lamiendo tu piel. Tu pequeña mirada negra, tu voz, esa comunicación mágica que nos sabía siendo un solo ser aún y la complicidad del amor más sincero, mucho más allá de la necesidad evidente. El nacimiento de una niña, el nacimiento de una madre. Y de un padre, una familia. Niña que entrega luz, camino, instinto y ternura. Madre sostenedora, que entrega resguardo, calor, alimento y amor sin límites. Y un padre, recién nacido también, que sucumbe a sus impulsos más tiernos, protege, acomoda el entorno, acompaña absorto en la belleza cobijándonos.

Sonrío maravillada al comprobar que estos primeros brotes ya nunca te abandonan, a pesar de los cambios y del ritmo de vida que nos azota para seguir, o no, la corriente. Porque reconozco tu luz en tus gestos, tus expresiones, tus ideas. Reconozco el camino que trazas para mí y, admirada, lo sigo. Reconozco tus instintos porque afloran el mío propio y reconozco tu ternura infinita, porque no hay nada más hermoso que tú, así como eres.

Gracias por llegar a mi vida y renovarla por completo, por acercarme a mí misma, por descubrirme el otro lado de muchas cosas y disfrutar con ponerlo patas arriba. Hoy, emocionada por el día que quedó atrás, me siento dichosa de poder sentirte a mi lado, sobre mí, pequeña mía, aunque me ganes terreno. Ahora que duermes plácidamente en mi regazo me parece estar viendo aquel retoño de hace 2 años, y quisiera aprovechar para susurrarte una vez más, muy despacito al oído, que te quiero, para que te acompañe en tu descanso. 

Deseo guardar en mi memoria tu rostro hermoso, los rizos de tu pelo, tus labios de fresa y tus largas y negras pestañas. Pareces observarme desde tus sueños, como si supieras de estas palabras que te escribo y tratases de decirme con tu expresión inocente, en completa paz: “Sasias, mamá”.

Gracias a ti, tesoro. No puedo quitarme hoy la sonrisa. 



Ilustración de Klimt





sábado, 11 de febrero de 2012

Felicidades mamá

Un día como hoy, hace ya tres décadas y cuatro años, a la hora exacta en que estas palabras también conocen la luz, asomé la cabeza a este loco mundo. Desde entonces recibo este día con alegría e ilusión, rodeada de los buenos deseos y el cariño que me alcanza desde los mismos y distintos corazones. 12410 días que me han aportado tanto. Gracias por cada segundo de ellos.

Desde hace dos años, cuando llega este día lo siento y lo vivo de manera diferente. Hoy, como el año pasado, siento el deseo irreprimible de abrazar a mi madre y darle las gracias. Ahora que soy madre, la felicito yo a ella también, consciente de esa fusión que vivimos y de la consecuente desunión, que comenzó en este día de invierno que escogí para conocernos. Y en esos instantes latentes que dura un abrazo, me gusta cerrar los ojos y sentir su cuerpo, ahora más menudo que el mío, de nuevo pegado a mí. Sé que ella lo entiende porque leo en sus ojos la gratitud ante este reconocimiento de amor que la maternidad me ha hecho brotar hacia ella. Gracias a ti, mamá.

Gracias por darme la vida, por acompañarme en mi llegada al mundo con tu esfuerzo y tu cuerpo sabio. Sin drogas sintéticas, con los medios que había entonces, con la compañía con la que en esos instantes contaste y la fuerza, el ímpetu y la conexión con tu naturaleza que entiendo necesaria para para traer a un hijo al mundo. Cierro los ojos e imagino cómo debió ser atravesar el canal de parto bailando al son cálido de tu cuerpo. Sé que me has relatado muchas veces cómo fue y lamento cuestionar ahora si realmente fue necesario que me extrajeran de ti a la fuerza, lo siento, me he vuelto algo crítica con ciertas prácticas pero también respeto que no tú no lo pienses así. Te parecerá una locura, pero a veces divago pensando si eso no tuvo algo que ver con todo lo que, según todos, lloré sin consuelo de pequeña. Tal vez lo necesitaba… creerás que estoy loca, mamá, y eso es lo hermoso de ser tan distintas e iguales a la vez. Tal vez algún día la Cereza me haga sonreír con sus conclusiones de madre también.

Gracias por ofrecerme tu pecho como alimento y cobijo. Gracias por ser de algún modo diferente y rebelde. Por tirar hacia adelante con todas las consecuencias que podía suponer tu corta edad… Y gracias a ti también papá, por acompañarnos con tu dulzura desde el primer instante. Por ser, como eres, la otra mitad de mí y mantener intacto vuestro mutuo amor sin el cual todo habría sido muy diferente. Gracias a los dos por criarme en libertad, a pesar de haberme sentido a veces, más que perdida, desencontrada. Ahora comprendo que no todo es tan fácil y nunca habrá suficiente amor para agradeceros el haberme dado la vida.

Esta vida que me brilla por la sencilla dicha de poder vivirla, de respirar, latir y notar la sangre caliente recorrer mi cuerpo para nutrirlo. Creo que no hay regalo más hermoso. A pesar del temor al sufrimiento, al dolor o la incertidumbre de la muerte. Soñar cada noche y abrir los ojos cada mañana es el gesto más evidente de que todos somos iguales y podría compararse con esa primera vez en que, tal vez también soñando, abandonamos la oscuridad y el agua tibia del vientre materno para arrojarnos valientes a esta otra parte de la vida, comenzando a escribir así nuestra historia a nuestra manera.

Hoy, exactamente 297840 horas después, a las 22.22 de otro 11 de febrero, mis ojos achinados de recién nacida me devuelven la mirada para apreciar cómo aquel primer instante pudo ser… y me siento inmensamente valiosa, unida por un cordón invisible a la gran placenta de la vida. Vibrante y receptora, como volando sobre un pez de color. Feliz y agradecida, simplemente, por existir.

En el día que nací, de nuevo frente a frente contigo, te tiendo mi amor... Felicidades mamá.