Empezaré diciendo que no creo en los castigos.
El castigo como medio de penalizar cierta conducta con el
fin de que ésta no se repita de nuevo, lo encuentro fuera de lugar. Tampoco creo
en el castigo físico, desde luego.
Entiendo que esta afirmación crea controversia entre los
padres, es difícil explicar los motivos por los que considero estos métodos
obsoletos y poco respetuosos y tampoco es fácil comprenderlos y aceptarlos sin
realizar una propia revisión de lo que hemos vivido y somos. No siempre resulta
cómodo mirar atrás y aceptar que no todo lo recibido, aún con amor, es lo más
acertado.
En casa no castigamos, mucha gente me pregunta que entonces
qué hacemos cuando nuestra hija hace algo que no está “bien”. Bueno,
improvisamos desde la escucha. ¿Qué improvisamos con la crianza de nuestra
hija? Sí, así es, tratamos de hacerle entender lo que su acto supone y
mostrarle las consecuencias de él. Siempre será mejor que la imposición de la
fuerza o sembrar el miedo. ¿Es un método
nuevo? No, es sencillamente, lo que haríamos con cualquier otra persona que no
fuera una niña pero empleando argumentos sencillos, porque sí es una niña.
Pero fuera de casa la cosa cambia… Y nuestra Cerecita se
enfrenta al mundo de premios y castigos. Cuando sus “buenas conductas”, y las
de sus compañeros, son reconocidas y sus “malas acciones” amonestadas. En ese
mundo escolar, es donde ella ha conocido el famoso Rincón de pensar.
Una vez su profesora nos comentó que había mordido a un
niño. Parece que fue un hecho puntual sin mayor transcendencia y que ella se
encuentra integrada y respetuosa con sus compañeros. Quedé un poco desconcertada
y en alerta por lo ocurrido pero sin hacer dramas. Sin embargo, hace unos días
jugando en casa, me mordió a mí. No era una situación de enfado, estábamos
jugando, pero el mordisco no fue parte del juego, creo que se puso nerviosa.
Grité porque no lo esperaba (y porque me hizo daño) y ella se echó a llorar porque
leyó en mi reacción que me había lastimado. Le expliqué que me había dolido,
que no esperaba ese ataque y que ahora no me apetecía continuar jugando (no a
modo de escarmiento sino porque verdaderamente no deseaba reanudar el juego).
Se disculpó espontáneamente y a continuación, volviendo a
llorar, me pidió que no se lo contase a su profesora, que le iba a regañar y
mandarla al rincón de pensar. Le expliqué que no tenía de qué preocuparse, que
en nuestra casa no existen los rincones, que no es “mala” por haberme mordido,
que nadie iba a castigarla por ello, que lo importante es que supiera que me
había lastimado. Sin embargo, ella repetía entre lágrimas que no se lo dijera y la angustia que mostraba en su petición, me sorprendió y
sobrecogió por igual.
Mi lectura es la siguiente: el castigo en sí es traumático y
poco efectivo. No ha logrado (de momento) que evite el morder y, en cambio, ha
sembrado el temor a la regañina y al
dichoso rincón. Ella no ha comprendido en absoluto las consecuencias de su acto
ni para sí misma ni para aquel al que agrede, tan sólo asocia su acción al
temido castigo. ¿Podemos considerar el método como adecuado?... yo lo veo claro…
Tras calmarla y acunarla, me quedé revuelta esa tarde. Y me
puse a pensar en las cosas que de niña evitaba hacer temiendo la reprimenda y
no tanto por el hecho en sí. Y en cómo se prioriza el equilibrio del mundo
adulto frente a la comprensión infantil, parece que es preferible que los niños
no repitan según que conductas por temor a que se hagan responsables de sus
actos. Qué más da que se logre a través del miedo y la imposición, lo importante es que no lo hagan más… ¿debería
valernos?... a mí no.
Ilustración de Quino |
No podría estar más de acuerdo, como bien dices, en el caso de que hagamos algo que no gusta a los demás, ya obtenemos una respuesta natural que automáticamente es valorada por los niños, si además con palabras sencillas explicamos lo ocurrido, debería bastar. Lo demás es sumar un problema, el miedo al castigo, que ensombrece la verdadera causa del conflicto.
ResponderEliminarSiempre lo complicamos todo tanto...
Un abrazo muy fuerte bella!
Estoy contigo, el castigo no sirve de nada. Bueno, al menos no sirve para enseñarles, educarles. Lo harán por miedo o para que no se les pille nada más.
ResponderEliminarPor otro lado es lo más cómodo por nuestra parte, pero como adultos debemos buscar alternativas más respetuosas y con las que realmente estemos ayudando al niño y no lo contrario.
Un besazo guapa
Qué verdades más grandes. Me pregunto por qué es tan complicado de entender esto para la mayoría del mundo adulto. ¿Quizá por comodidad, por inmediatez, por automatización de patrones de conducta ya aprendidos en tiempos pasados...?. Quizá por una mezcla de todo eso y mucho más...
ResponderEliminarRincón de pensar, castigos, amenazas, reprimendas... Y todo eso en el mismo cocktail que la palabra educación, me parecen cosas tan feas... Me da mucha tristeza.
Un abrazo grande.