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sábado, 26 de octubre de 2013

Caricias

Cuando las caricias afloran se sucede todo un cúmulo de sensaciones que nos transforman. Creo en la importancia de este hecho, de las caricias, para siempre, en todas las etapas de nuestra vida.

Las encuentro imprescindibles en nuestra más tierna infancia, cuando nuestra principal manera de relacionarnos y nuestras primeras experiencias se concentran en lo sensorial y, por extensión, en lo emocional.

Acariciar a un hijo/a debe de ser un impulso innato, la necesidad de arroparle con nuestro cuerpo, de regocijarnos en el contacto piel con piel, de sabernos ambos así en el lugar adecuado.

Sin embargo, con el tiempo, a veces no hace falta correr mucho en los años, esas caricias se van espaciando. Algo lógico, por otra parte. Y aparecen otras nuevas y diferentes, cuando los mimos y las muestras de cariño no se coartan aún, y nos permitimos cubrir nuestra necesidad afectuosa, entregando y recibiendo, entre hermanos, familiares y amigos.

Poco a poco se irá despertando nuestra sexualidad, y se abrirán paso las caricias más sensuales, las deseadas, las abrasivas, las que nos ruborizan.  Explosionando a la vez deseo, amor, pasión y protección.

Y así, generalmente y casi sin darnos cuenta, vamos reduciendo ese círculo hasta que acabamos concentrando todas esas diferentes caricias, que no son más que diferentes manifestaciones de nosotras mismas, y que antes se repartían de manera espontánea sin dosificar, en tan sólo una persona. Hasta que se amplía la familia permitiendo de nuevo la expansión del círculo en diferentes direcciones.

Últimamente me planteo seriamente que no es suficiente. Que nos vemos condicionados por ciertas pautas y nos autolimitamos en nuestras muestras de afecto. No hablo de hacer y deshacer a nuestro antojo sin tener en consideración los deseos ajenos, sino de la responsabilidad que dejamos recaer en aquellas personas que nos acompañan en el día a día para ayudarnos a cubrir nuestras propias carencias afectivas, a las cuales ponemos freno a su vez.

Tal vez sería más sano no reprimirnos ante las ganas de mimar a una amiga o amigo, despojarnos de toda una serie de connotaciones que atribuimos injustamente a algunas de estas muestras de amor. Un amor sano y sanador, delicado y preciado, en cualquier caso.

Tal vez este hueco por llenar sea un motivo más por el que cada vez nacen más círculos de mujeres, en los cuales se acaban desmarañando los sentimientos y, de manera natural, muchas sesiones desembocan en contacto físico, contenedor, horizontal y sincero. Deseo pensar que cuando logramos reconectarnos con nuestro sentir, sin barreras, vergüenza, culpabilidad ni tapujos, regresamos a la entrega y recogida del valor más primario: el calor humano, la piel, la puerta a otro sentir.

No acabo de comprender por qué se ridiculiza o cuestiona cualquier manifestación de cariño explícito, fuera de lo socialmente admitido. Y estoy pensando en cosas tan sencillas como tomarse de la mano y acariciarse, que fuera del compromiso, a los niños, familiares cercanos o a lo sumo entre mujeres, y puntualmente, no vayamos a hacerlo a menudo… comienza a considerarse fuera de lugar. No digamos entre hombres.

Tal vez con esta afluencias de nuevas re-evoluciones que surcan nuestro mundo, se acabe gestando también la liberación de las emociones y la materialización de éstas mediante nuestro cuerpo, desde las más primarias y viscerales, no sólo en su variante maternal. Sino en toda su expresión, sea cual sea su carácter… no sé qué tememos ver o aceptar… pero esta contención, cerclaje y limitación nos obliga a cargar con un peso innecesario. Deberíamos concentrarnos en saber percibir la naturaleza e intención de manera abierta y natural, poder elegir, poder entregar y no malgastar energía en camuflar, persuadir y penalizar.

Tal vez lo inteligente sería liberar a los demás de la obligación de entregarnos el cariño que no somos capaces de manifestar, solicitar o recibir abiertamente, en público o privado según nos sintamos más cómodos… o de lo contrario, corremos el riesgo de acabar siendo esclavos de nuestras propias frustraciones y carencias. Y esto es una reflexión en voz alta, puesto que yo misma me reprimo en ocasiones y, en otras, reclamo sin equidad.


Imagen de autor/ra desconocido/a



domingo, 16 de junio de 2013

Círculo de mujeres

En mi círculo de mujeres cultivamos el diálogo. En realidad, el diálogo es lo que nos sustenta. Logramos definirnos mediante la palabra. La palabra fluida, la que no se maquilla constantemente, la que deja al descubierto tu luz y tu sombra en el transcurso de los días.

En mi círculo de mujeres alimentamos la diversidad, partiendo de que cada una de nosotras es única e imprescindible. Extendiendo este detalle a nuestras hijas e hijos, a lxs pequeñxs que son nuestrxs protegidxs y ni siquiera conocen nuestra mirada y nuestra voz. Evitando las comparaciones, nuestras, propias, suyas, entre ellos.

En mi círculo de mujeres exaltamos la libertad. En realidad, lo nombro mi círculo porque formo parte de él, no porque él me pertenezca, soy parte del contenido y no el continente: la posesión es un término abstracto que se difumina en él. Es un círculo tejido, regado a diario, acariciado con mimo desde que despunta el alba, gota a gota y letra a letra por mujeres maravillosas, abiertas a los cambios, deseosas de conocimientos y experiencias. Y el ser libres no se traduce en no poner límites ni filtros, sino en saber lo que hacemos, pensamos y sentimos y su porqué. No es un círculo exclusivo ni selecto, pero sí armónico.

En mi círculo de mujeres crece el respeto. Respeto que nace de nuestras conexiones y se alimenta de nuestras diferencias. Día a día, aprendemos juntas a respetar la visión de las otras, sus decisiones y actos. Regresamos, a veces no sin esfuerzo, al punto de partida, donde comprendes que cada una es dueña de su vida y sus circunstancias y que hablar de “aciertos” o “desaciertos” no es real ni oportuno. A menudo, prestamos nuestro prisma a las demás y descubrimos nuevos horizontes, desmontando modelos y haciendo mecer nuestros cimientos.

En mi círculo de mujeres no existe la perfección en el sentido que se le atribuye. Damos espacio a los errores, los perdones, las debilidades y los miedos. Nuestros defectos, nuestros complejos, nuestro propio trabajo interior puede mostrarse si así se desea. Trabajamos sobre los juicios, nos fortalecemos ante las adversidades de cualquiera de nosotras y así el transitar es más liviano, más humano y más enriquecedor. Esa es la perfección aquí.

En mi círculo de mujeres nos baña la consciencia, consciencia unitaria, suave, de esa que danza en nuestros cuerpos y sensaciones de mujer. Consciencia como madres, amigas, amantes, hermanas. Nos ayuda a abrir los ojos, templar el corazón y bailar cuando más gusta, cuando nadie nos ve.

Este círculo de mujeres brilla por ser lo que es exactamente: un círculo. Sin protagonismos, dejando que cada una despunte por sus virtudes y defectos. Sin que ninguna asuma el rol de guía, sin que ninguna se sienta en obligación de encajar en patrones marcados por la propia interacción, sin que ninguna ocupe el lugar predominante. Todas somos maestras y discípulas, todas aprendemos de todas, todas aprendemos de nosotras mismas. En círculo, de igual a igual, de la mano, facilitando la energía cíclica que nos habita.

Círculo de mujeres donde fluye el amor. Amor por lo que una es, amor por lo que cada una de las demás son, amor por lo que nace de nuestra unión. Amor por lo que construimos, hacia dentro y hacia fuera. Amor, por el simple hecho de existir y conocernos. Por avanzar juntas, por sentirnos acompañadas por deseo, no por necesidad, sin que el necesitar de alguien tenga connotaciones negativas.  Amor,  amor femenino, que rige las corrientes del instinto y nos eleva, forjando sororidad... lunáticas siempre.





viernes, 29 de marzo de 2013

Miradas de mujer


No me gusta cuando otra mujer me mira de arriba a abajo y sus ojos murmuran.

No me gusta cuando otra mujer mira a mi hija y sus ojos murmuran hacia mí. A veces, también hacia ella.

No me gusta cuando otra mujer me mira desde arriba… o desde abajo.

No me gusta cuando nos medimos con estos baremos adquiridos por el patriarcado. Aunque puedo comprender la rivalidad entre féminas y entiendo la confrontación como parte de nuestra naturaleza animal. Pero desdeño estos valores absurdos que tratan de vaciarnos a nosotras mismas en el propio hecho de menospreciar a otra mujer: por su aspecto, sus posesiones o su inteligencia.

No me gusta la distancia que se crea entre nosotras sin apenas conocernos... o conociéndonos ya. 

No me gusta cómo me arrugo cuando me ocurre a mí, cuando soy yo quién lo hace, cuando soy yo la que no aparta el filtro que  durante tanto tiempo he portado ante mis ojos. Por sentirme integrada, por seguir la corriente o, sencillamente, por ignorancia y desconexión conmigo misma.

Me gusta cuando acepto que otras mujeres destacan más que yo, en cualquier aspecto. 

Me gusta cuando me desarmo ante cualquier tipo de competición femenina y tiendo el puente, independientemente de que ellas sepan verlo o deseen cruzarlo.

La maternidad me ha ayudado a percatarme de ello. A admirar la fuerza femenina y las sutilezas que envuelven a cada mujer, más allá de las fachadas, sean como sean éstas. Sean como sean las corazas. 

No siempre me resulta fácil y no siempre me siento cómoda en ello. Pero me esfuerzo por dirigir mi energía en esa dirección y despojarme así de comparaciones absurdas y presiones que no van con nuestra naturaleza, con la mía, la que me hace vibrar e irradia calor dentro de mí.

Cada vez me cuesta más identificar lo que siento cuando me encuentro ante estas situaciones. Cuando se critica a alguna mujer por sus características o cuando se desea tener un determinado aspecto y poseer determinados objetos, despreciando todo aquello que se aleja de esa imagen.

A veces cuesta saber quién vive realmente atrapada: si habito yo la burbuja o ésta es tan grande que sólo algunas personas nos hallamos fuera de ella, o a medio camino. Quién, finalmente, vive más ligero. 

En mi nuevo camino, he escogido la belleza, la belleza auténtica, la belleza y unión femenina. Con su delicado perfume y su capacidad de hermandad. La belleza que se desmolda y habita en cada una de nosotras.











jueves, 23 de agosto de 2012

Escuchando al cuerpo

Cuando hablamos de escuchar al cuerpo, regresar a los orígenes, reencontrarnos con nuestros ritmos, puede ocurrir que contemos con que esto es relativamente fácil y posible. En mi opinión, resulta un planteamiento sencillo que encierra una práctica muy complicada.

Vivo impregnada de experiencias, opiniones, conductas y expectativas (propias o ajenas) que me han ido condicionando y amoldando desde los primeros instantes. Pienso que hasta la persona más consciente y reconciliada no podrá evitar transmitir ciertos matices, hábitos o actitudes con sus actos y pensamientos y éstos, a su vez, acabarán influyendo o definiendo conductas en otras personas, mientras probablemente, ellos mismos, se impregnen también de lo que estas u otras personas, destilen.

Ocurre con frecuencia que muchas de estas actitudes suponen desoír nuestros ritmos, alejándonos de ellos, disfrazándolos. No se trata de depositar esta responsabilidad en nuestras figuras de referencia, especialmente en el seno familiar, puesto que la influencia social y cultural queda latente allá donde vayas, dejando a su vez una gran huella.

Por la dificultad que para mí entraña el tratar de desprenderme de cada una de estas capas adquiridas o creadas, no puedo evitar recibir ciertos comentarios con el ceño fruncido y una sonrisa muda al apelar a escuchar a nuestro cuerpo cuando nos llama al descanso, a la comida, al calor, el contacto o la soledad... no es tan sencillo! No sólo el abandonarte a la llamada sino el reconocerla como tal, sin camuflarla, aun disponiendo de todo el tiempo del mundo para ello.

Tan sólo por citar algunos aspectos del plano físico: ¿Como realmente cuándo, cuánto y lo que necesito física y emocionalmente? ¿Duermo o reposo acaso según mis propias demandas?. Honestamente, no. Y no sólo por falta de compatibilidad de horarios, sino porque he despistado mis propias referencias,  únicas, por absurdo que pueda parecer.

En ocasiones, escuchar al cuerpo supone realizar un viaje al interior de una misma que puede remover grandes pilares, muchos de ellos haciendo estallar sensaciones y vivencias que pueden erosionarnos. Con voluntad y consciencia, podremos tal vez ir creando nuestros propios patrones libres, si es que acaso nuestras conductas se repitieran para considerarlas patrones, y poco a poco ir reorientándonos.

A veces no sé por dónde partir.
A veces no sé definir lo que siento.

¿Somos realmente libres aun creyéndonos libres?